viernes, 12 de octubre de 2007

LADRIDOS

Por Núñez

El profesor Nabil Ewwàd, ejercía su profesión, ya con cansancio y tedio, luego de veinticinco años lidiando día a día con indomables, perversos, y, por sobre todo, ruidosos niños. Eligió la pedagogía, precisamente, por aquello de que aún carecía; Tranquilidad. Al momento de postular a la Universidad, optó pensando en los 2 meses de vacaciones que tendría, junto a su entonces novia y hoy ex – mujer, para relajarse y gozar de la época estival.

Su infancia fue solitaria. Era el menor de tres hermanos, y solía divertirse jugando por los pasillos de la casona de sus padres, mirando las estrellas encaramado en los tejados del negocio familiar, e inventándose historias fantásticas para matar la soledad en que vivía. En la adolescencia se caracterizó por ser el más tímido de su grupo de amigos, pero a la menor provocación, mutaba en un ser indeseable, agresivo e irascible. Hoy, es un amasijo de ambas etapas de su vida; Cuando dicta la cátedra de matemáticas se transforma en un histriónico y peculiar actor de los números, logrando, dentro de lo posible, que sus alumnos le presten atención. Al llegar a su casa, donde vive hace ya quince años con su actual pareja Isabel, el hijo de ésta, Javier, y su único descendiente a quien cariñosamente llama “coke”, la pesquisa del silencio y de espacio propio tornaban insana la convivencia del ficto grupo familiar fruto del concubinato. Apenas arribaba, su pareja debía correr presurosa a servirle la comida caliente, su infaltable ensalada con huevos duros picados y el té, con cinco gotas de aguardiente. Su hijo, por su parte, debía abandonar su habitación, (que era una ampliación de la casa original), para cederle su cama al exhausto padre. Almorzaba en cuatro minutos y medio. El colegio en que laboraba quedaba a sólo dos cuadras de su casa, por tanto, perdía siete minutos caminando. Lavaba sus dientes por tres minutos y medio. Los otros treinta minutos restantes, para que finalizaran los tres cuartos de hora de que disponía para merendar, sagrada y cronométricamente, los dedicaba al placer del sueño.

Más de alguna vez pidió a todos los moradores del hogar, inclusive a visitas, que salieran al patio de la casa, que fueran a comprar al supermercado del barrio o, que lisa y llanamente, vieran televisión u oyeran música con volumen alto. Ello, porque otra manía del caricaturesco maestro era encerrarse en el único y céntrico baño de la pequeña casa, acompañándose de periódicos o revistas, una toalla y una lupa –como buen turco que era, decidió ahorrarse los gastos en oculistas y posteriormente en anteojos, optando por una lupa para leer-, sin preocuparse de que alguien oyera sus relajos. El profesor no pedía nada más durante la semana. Sólo exigía silencio sepulcral durante la siesta, o por el contrario, fuerte ruido o simplemente ausencia durante sus visitas al baño.

Durante los fines de semana la tensión desaparecía. Su hijo generalmente pasaba las noches fuera de casa, lo que le permitía, con la venia a regañadientes de su concubina, ocupar la pieza de coke y viajar, a través de la música, a su época de gloria; los años mozos de su juventud. Aprovechaba además para beber piscolas, que le servían para ayudar a sus recuerdos a volver a su mente, y a borrar aquellas risas, gritos y palabrotas de los impúberes a que debía educar.

Esa era la vida del profesor cuarentón, cuya ascendencia árabe se expresaba en su frondosa y oscura barba, en sus cabellos ondeados y en su carácter machista. Ordinariamente vestía ropas oscuras –de estilo adulto joven- y una inseparable boina negra a lo Che Guevara.

Era martes. Tenía reunión de apoderados, así que volvería a casa con suerte a las 10 de la noche. El almuerzo, como de costumbre, lo encontró simplón y desaliñado. Luego advirtió a Coke y a Javier que no hablaran ni en la cocina ni en el comedor. Tampoco en la pieza de Javier. Les recomendó, con una mirada amenazante, que por su bien y por el bien de su salud, mantuvieran silencio por media hora, ya que le esperaba una jornada maratónica para la cual debía “recargar pilas” con una siesta y así poder aguantar despierto hasta el circo romano que era la reunión de padres, y ya en ésta, tener la mente fresca para contestar con audacia las prepotentes y azarosas preguntas de los apoderados del colegio particular.

Cerró los ojos. Cuando comenzaba a confundir la realidad con el sopor de sus sueños sintió un fuerte ladrido. Dijo para sí – Perro maricón –

Diez segundos tardó en oír nuevamente, no uno, sino que innumerables ladridos. Se levantó, con el pelo en anarquía y el pantalón a medio cerrar, para averiguar que ocurría. No tardó en saberlo. El vecino de la casa que colindaba con la suya por el patio, separado sólo por una delgada pandereta, tenía un retozón y bullicioso perro. Indignado por la perturbación de su goce, tomó su bolso porta pruebas y se fue reclamando en lenguas que Isabel, Javier ni Coke pudieron identificar. Al llegar a casa, por la noche, nuevamente oía al maldito perro bramar. Isabel sacó la peor parte, ya que fue víctima de los reclamos del docente y tuvo que aguantar sus quejas hasta que éste cayó abatido por el sueño.

Desde ese fatídico martes la estructurada vida del sr. Ewwàd se convirtió en un martirio. En el colegio daba a sus alumnos ejercicios para resolver en clases, mientras el craneaba complejos planes para acallar al podenco que lo trastornaba. Llegaba a casa y sólo hablaba de un solo tema; como silenciar al perro. Incluso llegó a tener sendas pesadillas en las que su pareja, Coke , Javier y los alumnos del colegio ya no le hablaban; le ladraban. Cuando caminaba por las calles y divisaba algún perro vago, solapadamente les propinaba un puntapié, los espantaba o psicóticamente enfrentaba con postura boxeril, manos empuñadas y un discreto, pero no por ello inocuo, - ¡ven aquí pu, perro conchetumadre!-

Su primera treta fue la más cavernaria; Tomó el escobillón de la casa, se asomó por sobre la pandereta medianera y cuando tuvo al perro a su merced, le propinó un par de escobillonazos. No funcionó. Al bajarse de la pandereta, luego de la tunda, el perro vociferó enrabiado mucho más enérgico.

El segundo plan fue producto de las profundas reflexiones del maestro, de las cuales concluyó que el origen de los ladridos del perro era por apetencia. “Ese perro ladra por hambre” solía comentar a su familia. Fue así como comenzó arrojar los restos sobrantes de las cenas hacia el otro lado de su finca. Pero el problema fue que el perro, si bien en un principio se callaba, luego comenzó a ladrar ahora sólo en dirección a la humilde vivienda del educador, pidiendo más y más comida. Como en este país la labor docente es muy mal remunerada, el bolsillo del sr. Ewwàd no resistió. Tuvo que forzosamente cambiar el método.

Una tarde de sábado, mirando un programa de inventos en un canal de televisión foráneo, sobre la construcción de espantapájaros en un pueblo del sur de California, pensó que podía, finalmente, ganar su batalla contra el montaraz can. Fue así como se decidió a invertir en un pequeño motorcito a pilas que compró a un precio razonable en una importadora de artículos chinos. A esto sumó unos delgados listones que consiguió gratis donde un amigo barraquero, pastos secos y haraposas prendas que hasta hace poco lucía. Cual Da Vinci, se jactaba ante su mujer del espantapájaros-espantaperros que fabricó. Lo instaló por la noche, montándolo sobre unos cajones de tomate vacíos, para que desde el patio de su vecino se vislumbrara una tétrica y extravagante figura humanoide y así, lograr que el impopular sabueso callara su megafónico hocico. Pero tampoco resultó. El perro se enajenó con el monigote girador y ladró más fuerte que nunca.

El pedagogo cabizbajo, pero no por ello pasivo, derribó a patadas y combos el maniquí que creó, y absolutamente encolerizado entró a su casa resuelto a hacer lo primero que debió intentar. Le dijo a Isabel y a coke –Javier no estaba- que lo acompañaran a hablar con los vecinos de atrás, pues en los 15 años que habitaba su casa nunca transó palabras con esa gente y, puesto que no conocía a los aledaños a su dominio, debía ir preparado para lo peor, incluso para una gresca, donde su mujer tendría la misión de gritar a viva voz para alertar del suceso a los demás vecinos y, su espigado hijo, debía suministrarle compañía pugilística.

Tocó la puerta de la vecina casa y acaeció lo impensado; Apareció el perro responsable de su infelicidad, caminando en dos patas, con una correa en su mano-pata derecha de la cual tiraba a una vieja mofletuda y petisa que gateaba por el suelo, y dijo al profesor lo siguiente:

“Buenas Noches. ¡Ah! Usted es el profesor que vive detrás. Yo lo conozco. Usted tira comida a mi patio, me grita improperios y me insulta a diario. Pero no se preocupe, yo lo entiendo. He tratado de hablarle, pero cuando me acerqué a estrechar su mano, en la pandereta en que lo vi asomarse el otro día, me agarró inexplicablemente a escobillonazos. Esta vieja que me encontré vagabundeando por la calle está enferma de rabia, y el día en que usted me agredió se puso furiosa y ladró hasta por los codos. Después noté que desde su casa lanzaban porquerías a mi patio, que la vieja comió en principio, pero que después al parecer le saturaron, así que bramaba hasta quedar ronca cada vez que caían sus inmundicias. Ahora no sé que cresta pasa, pero la vieja hace como media hora que se puso a ladrar como loca.

Sabe profesor, le voy a dar un consejo; No moleste más a mi vieja, porque por muy vagabunda y quiltra que sea, yo la quiero como a una cachorra. Además, supongo que usted, siendo un profesional de la educación –usando un tonito irónico- y con los pelotudos y ruidosos hijos que tiene, que cuando usted no está ponen una música de mierda a todo chancho, debiera de tomar medidas más civilizadas si quiere conseguir silencio. Haga como yo profe –ya hablaba con soltura-, cómprese unos tapones de esponja para los oídos. Los venden en una importadora china que queda en el centro y valen súper barato. No sea leso maestro –entre eso, la vieja comenzó a ladrar-, tómese un calmante y vaya a la cama. A estas alturas de la noche todos tenemos sueño y queremos descansar. Hagámonos un favor recíproco y no nos quitemos más tiempo ¿le parece? Buenas noches, fue un gusto hablar con usted y recuerde lo de los tapones, se va a acordar de mi.

–Ya vieja, calla la boca, ya te voy a dar tu comida- Escuchó perplejo el profesor, decir al anómalo perro, antes de cerrarle la puerta de su casa en sus narices.

8 comentarios:

transpiralogica dijo...

Leí este cuento hace un par de días y, a diferencia de los dos que le siguen ("Cigarrillo" y "La espera"), aquí si hay una acción desarrollada y un golpe final.
Me agradó sobremanera, pues creo que el protagonista está muy bien caracterizado y por lo menos a mí, me atrapó desde el principio.

Este es un comentario para quien lo escribió: este sábado conversábamos del devenir, que habla Deleuze, y te dimos un ejemplo...en tu propio cuento está presente.

Rob. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rob. dijo...

*voy a ser

Rob. dijo...

Bueno señor Francisco, como dicen arriba, es increible lo que sucede en su cuento, no conoce a Deleuze, pero ha aplicado su procedimiento más conocido para escribir su cuento.

me gustó muchísimo, además que no puedo dejar de pensar que yo también voy a ser profe.

:)

Camila Varas Brash dijo...

a mi, a diferencia de las dos personas anteriores, no me atrapó desde el principio, de hecho me costó encontrarle el sabor al principio, entre tanta descripción.
pero el final es mas sabroso, tiene un giro interesante que como dijieron anteriormente evoca a Deleuze.
la historia narrada es creativa y claro que se desarrolla una acción, ya que es un cuento, a diferencia de los dos que le siguen...
me hizo recordar algo de Cortázar también, cuando todo gira en el último momento.

saludos

francisco javier parra núñez dijo...

Se agradecen los comentarios. Respecto al último de éstos, y en particular a lo referido a la extensa descripción del cuento, comparto plenamente la crítica, pero justifico mi proceder con que este trabajo lo escribí antes de participar en este taller (fue el cuento con el que participé en el concurso), y por aquella época -sólo hace un par de meses- mi ignorancia literaria era aún mayor que la actual. Nuevamente agradesco su interés y sanas críticas.

Iscariote dijo...

Son las acciones comunes y cotidianas el mejor elemento de los cuentos. La imaginacion y la caracterizacion urge al momento de dar vida y forma al texto.
Hay una clara historia en desarrollo con un fin controvertido e intranquilo.
Claramente hay una mezcla de realidad y ficción. Entonces veo en las lineas y en el desarrollo del texto no un cuento, sino algo que persigue su forma pero que se enrreda con la realidad y con un final inesperado.
Entonces, el cuento, cuanta ficcion en su realidad o cuanta realidad en su ficcion?

Antonieta Adams dijo...

Creo que hay varias líenas que están disperssas y se podrían haber resumido en a lo más una o dos líneas. A diferencia de otro cuento que leí por ahí, la adjetivación no me parece excesiva, pero sí las ideas redundantes. Me gustó el personaje por lo cotidiano que es y el final da que pensar. Nunca me lo hubiese imaginadoo y eso se agradece.

Un beso