viernes, 12 de octubre de 2007

EL LECTOR

Con una seguridad única (de mucha o de poca) se predispone a leer. Lee las primeras líneas con el cuidado de todo ojo crítico. Sus pupilas recorren cada letra para formar sílabas, luego palabras, después frases, oraciones, párrafos. Se toma su tiempo. Se pregunta cuál es la finalidad de lo que lee, pues parece no tener sentido alguno. Aún así no se detiene, pues le intriga saber lo que sucederá más adelante (y no sabe qué esperar). El interés por conocer el final de la historia... No, más bien, las ansias por llegar a la última línea que definiría y le daría sentido a tantas palabras que parecen vacías lo mantienen concentrado. El escrito es más que la sumatoria de frases insignificantes y en algún recoveco de su ser sabe que así es. Acaricia cada frase con la mirada; busca un vestigio de vida, de historia o de algún personaje con el que pudiera identificarse (algún enamorado, algún loco, algún moribundo; quizás los tres en uno o los tres por separado).

Quizás busca a una princesa que tras una vida miserable encuentra al amor de su vida mientras una bruja amargada se muere de envidia, quizás quiere encontrar una historia policial interesante. A lo mejor algo con lo que pueda soñar o algo para aplacar el estrés; un final retorcido, un final feliz... Una tragedia griega, una comedia burda, una moraleja, o ¡qué se yo! Lo que sí sé es que a medida que ruedan sus ojos líneas abajo, comienza a decepcionarse por la farsa de la historia que no promete un viaje a un contexto socio-cultural o socio-histórico determinado; no describe paisajes, no lo lleva a la mente de una bella princesa, ni a la de un asesino en serie, ni a la de una persona “normal”. Es más, dista de ser una historia. Con esa decepción, en el momento exacto en el que las palabras, oraciones y párrafos no tienen patas ni cabeza, el lector puede darse cuenta de que lo que lee no es un cuento sino un espejo, que cada una de las personas que ha leído el escrito se ha convertido en el único personaje existente y que no ha sido capaz de descubrirlo hasta que el autor (o sea, yo) lo escribe en una de las últimas líneas. Con extrañeza, algunas veces esboza una sonrisa (aunque sea desganada).

Antonieta Adams

5 comentarios:

El tonto lirico dijo...

El mejor de todos.
Mis estrellitas para ti.
ja

Rob. dijo...

Bueno, debo reconocer que a mi me gustó tu texto, pero me pasó lo que a todos nos desagrada...saber lo que ocurriría al final en las primeras líneas...no entiendo!!! incluso me da algo de rabia el no poder experimentar la sensación que debe haber provocado el sentirse por un instante utilizado (literariamente hablando).

y bueno recalco que es de muy buena calidad.

jorge dijo...

lo unico "malo" que puedo decir al respecto es lo que hablamos el sabado en el taller acerca de los parentesis. el contenido de los parentesis es bueno, son los mismos (parentesis) los que a lo mejor se podrian suprimir.

Antonieta Adams dijo...

Quisiera que leyeran la otra versión, digamos la original. A lo mejor lo encontrarán igual de buena, igual de mala o quizás peor... Lo único que me molesta es que sea como sea, ya no va a tener el impacto que espero porque no va a ser algo nuevo para ustedes. C'est la vie. Será para la otra y gracias por sus comentarios.

Un beso

transpiralogica dijo...

Lo único que puede decir a estas alturas (pues en el taller lo dijimos casi todo), es que caí en la pequeña trampa.
Eso es suficiente.