lunes, 22 de octubre de 2007

MARÍA FERNANDA

“La vida que escribo”


Un sonido de aplausos tronó en el salón, rompiendo el silencio provocado por la atención en sus palabras.

Ella caminaba cabizbaja por la acera de su ciudad. Un camino tantas veces hecho le daba seguridad, retraimiento, automatismo. Su cuerpo acostumbrado a las distancias de cada cuadra, a la posición de los obstáculos, al ritmo de esa ciudad no prestaba mayor atención en los movimientos que realizaba. Y esos pies, casi mecánicos, conocían la frecuencia exacta en la que debían caminar. La mañana, fresca y despejada, era tranquila para esa niña que con los ojos en suelo y una canasta en su diestra, andaba con paso lento y periódico. No había prisa y con su paso, casi misterioso, seguro y abstraído, caminaba por entre las gentes ajenas a ella que como cualquier otro día conversaban trivialidades, gritaban preocupaciones normales provocadas por necesidades normales. Y es que ella era parte ordinaria de aquella cadena, una pieza más y semejante que formaba parte del día a día de ese rincón de la ciudad. Inadvertida, una pequeña mancha imperceptible. Perdida, mirada perdida e ignorada.

Violeta se dirigía a la zona que ocupaba todos los días que la feria abría sus puertas a la comunidad. Recorría las calles que la conducían hacia el lugar para intentar sacar provecho de las tortillas que vendía hace años en el mismo espacio. Contaba ya con algunos clientes fijos que confiaban en ella por la costumbre, por el valor del tiempo, cuando en un inicio se habían acercado a ella sumidos en una burbuja sin siquiera sospechar la vida llevaba por no haber nacido privilegiada. Y ahora era peor aún, ahora que los precios subían sus ventas promedio no eran suficientes como lo fueron una vez, provocando que sus propias necesidades y las de su familia pidieran más esfuerzo, más suerte a lo mejor, o mayor sacrificio. Por seguridad había decidido hace un par de años no permanecer después de que oscureciera en el mercado ya que se corría la voz que una joven había desaparecido a manos de un hombre que aún vivía en las cercanías del lugar. Contaban que estuvo preso un tiempo, 4 o 6 meses tal vez, pero que al no encontrar pruebas suficientes contra el individuo el proceso se detuvo y no hubo nadie que presionara lo suficiente por que éste continuara. O quizás no tuvo los recursos suficientes para hacerlo. A raíz de esto, Violeta decidió tomar precauciones y no presenciar las estrellas entre los puestos de verdura. Sin embargo, y a causa de la escasez que vivían hace un tiempo, debió revertir la decisión tomada. Intentaré no andar sola. Intentaré no exponerme. Debo hacerlo.

No era un buen presente para una muchacha que aún estudiaba. Debía, por lo tanto, repartir su tiempo y esfuerzo entre la venta de tortillas que fabricaba su madre, sus estudios sin mucho éxito, y la vía de escape para todos aquellos problemas que ocupaban su cabeza: La literatura. Desde hace algunos años, cerca de la fecha en la que por obligación tuvo que salir a trabajar, había adoptado el hábito de escribir en las noches. Escribía por evasión, escribía de todo lo que en su imaginación se creaba para escapar de su propio mundo, de todo lo fantástico e increíble que su cabeza inventaba. Todo aquello lo retrataba todas las noches en forma de hermosas líneas que hablaban de princesas, piratas, castillos y dragones. Sin percatarse contaba con el talento, y además tenía el corazón y la pasión que le ayudaban a soportar todas esas dificultades o mejor dicho, a vivirlas sin vivirlas.

Estaba repleto. Ese día el mercado era un pandemónium asqueroso como cualquier día, en los que toda la población de Fatum bajaba al centro a comprar sus haberes para la semana. Desde los alrededores venía gente con autos o carros o carretas incluso, para abastecer cada uno de sus hogares donde necesitaban aquellos primitivos alimentos. No había necesidad de hablarles ni mucho menos de conocerlos para distinguir los diferentes estratos que se encontraban juntos en aquel lugar. Las vestimentas, los ademanes, el vocabulario. Todo allí denotaba mezcla y segregación. Ella observaba día a día a esos extraños que pertenecían a otro mundo, veía pasar las alegrías, las tristezas, preocupaciones y nostalgias en sus rostros sirviendo todas aquellas emociones de inspiración para sus escritos. Había seguido la vida, los momentos diáfanos que logró captar de algunos de los compradores más asiduos del lugar. De hecho, muchos de ellos habían pasado de ser foráneos visitantes a transformarse en personajes habituales en sus aventuras, en compañeros de armas. Pero ni aún así, alguno se fijo en su mirada, en sus tristezas ni en sus alegrías. Ninguno, con excepción de uno.

Había terminado su discurso y los aplausos llenaron el salón. Los recuerdos la agobiaban en el premio que acababa de recibir y sus palabras escondían momentos deplorables que la llevaron a aquel momento. Los recuerdos se hacían presentes, las imágenes, los olores, los sonidos, una canción de fondo, esa canción que aún resonaba en su mente. Y todo aquello que revivía en aquel instante, todas esas imágenes que se atolondraban en su cabeza eran las causantes del reconocimiento que recibía. No entendía, no entendía, nunca lo haría.

Era un día normal. Un día que terminó ajetreado y laborioso, y que en la oscuridad de la noche, escondía al mismo hombre que la había estado observando todas las noches hace aproximadamente una semana. La niña, como las otras noches anteriores en ese mercado, ignoraba la presencia del extraño y realizaba sus actividades habituales con perfecta normalidad. Él, sin embargo, la llevaba en su mente desde hace un tiempo, desde el momento en el que se sintió cautivado por esa mirada transparente, desde que esa pequeña criatura despertó en su piel aquella atracción incontrolable. Ese día conoció a Miguel. Y no supo jamás como la oscuridad más abyecta puede ser escondida bajo el tapiz de los ojos verdes que no olvidó mientras vivió.

Nunca supe, nunca supe que estaban estos sentimientos dentro de mí. Nunca pensé, nunca desperté queriendo olvidar pensamientos fatales, aberrantes, pérfidos. Nunca, nunca. Y ahora no se que haría sin estos deseos que me trajeron la verdadera vida a cambio de la inocencia de una pequeña. Siento que la amo, que la quiero más que a nada en el mundo, que no puedo vivir sin ella, sin su respiración, sin su cuerpo.

Luna, luna, luna tú sabes que la quiero…mírame viole, mírame…yo sin su amor me muero… ya po pendeja calladita, calladita, mírame con esos ojito y dime que me querí, dime que me querí, dime que te gusto viole…Luna, luna luna, tu sabes que la quiero… cállate, calladita, shhh nadie va a saber, te lo juro, no le cuento a nadie si me decí que me querí… yo sin su amor me muero, me muero por ti mi amor.

Fue tan rápido que con el pasar de los años se fueron haciendo confusos los recuerdos. Además, por voluntad de la memoria, las imágenes no fueron recordadas con precisión. Pero lo que ya no concernía al pensamiento eran aquellos sentimientos de rabia, miseria y de impureza que permanecerían intactos e imborrables.

Todas las mañanas Violeta se levantaba para ir al mercado. Debía vender las tortillas hechas por su madre. Todas las mañanas se acercaba hacia el gentío y, estos seres ignorantes, vivían vidas normales con preocupaciones normales por necesidades normales. Un secreto, guardaba un secreto que nadie podía reconocer en sus ojos. Y, mientras ella colgaba con esa pesada carga repleta de imágenes, sabores, olores y sonidos, miraba al mundo como seres banales ajenos a una realidad de la que había sido protagonista. Callaba como habría de callar para siempre. Todo había pasado muy rápido. Y así de rápido los instantes evocaron emociones y aquellas inspiraron fantasías que serían traducidas para común entendimiento. Las letras florecieron como si el papel fuese primavera y, poco a poco, con una rapidez asombrante, fue tomando forma una nueva historia. La historia más hermosa, de príncipes a caballos con sus princesas, de castillos, de amores medievales, de pureza. La historia más evasiva, la historia que años más tarde habría de sobrepasar todas las fantasías, todos los cuentos alguna vez contados.

“Las palabras son las acompañantes leales por excelencia. Nunca una mente extrañará un verso, una palabra, una emoción. Son, además, el sustento de nuestro silencio y de los gritos que somos capaces de proyectar o guardar. Son la base de nuestro apoyo, son los entes que sobre todo a nosotros los escritores, nos acompañan y apoyan más de lo que podría cualquiera. Por esto, agradezco en lugar de mis palabras, el premio que me otorgan ya que son ellas, en su infinita paciencia, las princesas que han traducido cada uno de mis momentos”. Un sonido de aplausos tronó en el salón, rompiendo el silencio provocado por la atención en sus palabras, mientras Violeta recibía el premio al cuento que habría de ser el mejor de todos. El mejor de todos.


JORGE ASTORGA F.

DOMINGO EN LA NOCHE

Es Domingo en la noche,

tiempo de quitarse las cicatrices,

tiempo de descubrir la piel rosada,

muy rosada y tierna,

porque mañana es Lunes

y tengo que hacer algo,

tengo que ponerme una máscara

porque yo no puedo mejorar,

así que tu vas a tener que empeorar

para que seamos iguales.

OLIENDO ROSAS

¿Dónde estás?

Quiero moldearte a mi gusto

todos los días con las hojas de la muerte,

pero ya no existimos

y la luna no es pura.

Tengo una herida

y lo que necesito para que sane

es una nueva herida

y de paso unas cuantas dosis de dolor,

pero en vez de salir a buscarlas

me quedo aquí oliendo rosas.


DOMINGO EN LA TARDE

El cielo se ahoga

y todo es gris,

Penco ya no existe

porque hoy no hay horizonte.

LA VERDAD

¿Quieres saber la verdad?

La verdad es que me das miedo

porque eres un eclipse solar,

eres el fin del mundo,

el final de mi vida.

Eres esos malditos teléfonos

y esta maldita mala suerte,

pienso en tí y pienso en la muerte

QUIERO SER UN HEROE

Espero que la cosa blanda

que acabo de pisar

haya sido una sierpe que te amenazaba.

Por favor dime que así fue,

aunque tal vez te haya salvado,

haya impedido

que enmierdes tu zapato de cristal.

OBJETOS INANIMADOS

Tomar algo,

comer,

habla mucho,

preocúpate,

pregúntale,

muéstrale

¿Dónde?

¿Qué?

¿Por qué?

Piel blanca,

mejillas rojas,

conseguiste lo que querías

pero yo no.

Esto es lo que tienes que hacer:

mírame,

entiéndeme,

despréciame,

préndeme fuego,

apágame,

empújame desde un balcón,

destrúyeme,

apúrate,

antes que yo te lo haga a ti.

Los cuchillos no mienten.


FEAS ARTES

Piensa en mí,

fue un bonito día

pero ya no queda tiempo,

le pusiste precio a mi cabeza.

Fantasía,

tratar de convencerte

y tratar de convencerme.

Ojos,

lindos ojos

pero ojos de perro solitario al fin y al cabo.

Gracias

lenguaje figurado

porque al parecer nadie entiende.

Suerte,

que suerte.

CAMILA RIQUELME

En silencio

Todo está tranquilo, solo se escucha el tic- tac del reloj que acaba de marcar las siete. Debe apresurarse, no tiene mucho tiempo para abandonar la casa antes que todos lleguen. Corta el agua y sale de la ducha, al hacerlo no puede evitar verse en el espejo, su figura desnuda parece un fantasma, una sombra a punto de desvanecer. A simple vista se pueden observar sus costillas, hombros, caderas, todo su esqueleto a punto de rasgar la piel, y no solo eso, conservaba una serie de cicatrices repartidas por todo su cuerpo, cortes que aún no sanaban, consecuencia de las innumerables veces en que un cuchillo enajenado le entreabrió la piel. Su largo cabello colgaba asimétrico. Estaba hecha un espanto. Lo más rápido que pudo tomó la toalla, se envolvió en ella y salió. No soportaba observarse, la imagen que le devolvía el espejo no era su reflejo, al menos no el de la chica de hace un año atrás, antes que su vida se convirtiera en una oscura maraña, esa que disfrutaba, la que no tenía problemas... la que era feliz. Pero todo formaba parte del pasado y recordarlo era perder el tiempo.

Cuando terminó de vestirse repasó mentalmente lo que debía hacer. Solo le faltaba algo. Fue al armario, buscó entre sus ropas, ahí estaba, tal como la había dejado, la saco y la guardó entre la pretina de su pantalón. Por último dejó un sobre en la mesa del comedor, cogió un abrigo y salió.

En mitad de la calle Amanda no era más que una mancha, como si un pintor en un descuido la hubiera puesto en el paisaje y nadie notara su presencia. Caminaba sin prisa, pero decidida. Iba envuelta en un abrigo negro que llegaba más abajo de sus rodillas, el rostro demacrado no expresaba nada, los ojos vacíos y la mirada ausente, la sonrisa perdida en lo más profundo del olvido y su lugar ahora lo ocupaba el silencio.

Se hizo tarde, la ciudad se mece vibrante a esas horas en el placer de recibir la noche. Silenciosa y cautelosa, llena de misterios, ella lo percibe, siempre lo hace, siente una cierta complicidad, por un rato la disfruta,... exquisita, acosada por la soledad ingrata, confusa, llena de laberintos que esconden secretos indecibles, siempre ahí alerta a la espera de un amanecer. Sí, así es ella, la noche es ella y esta noche le pertenece. Mientras camina se pregunta si la vida realmente es una rueda como dicen, si es así la suya se ha estancado. Está triste. Se cansó de esperar. Está aburrida de aparentar ante los demás que no pasa nada, que se siente bien, que es perfecta... la agobian los otros y es que en su vida todo ha sido aparentar, girar en torno a ellos, ser el pañuelo de los angustiados y el consuelo de los desesperados pero, ¿quién se ha fijado en ella?, Amanda se sentía sola, perdida en su dolor, presionada por obligaciones que no se creía capaz de cumplir, por metas a las que sabía nunca iba a llegar. A los que alguna vez llamó amigos ya no existían, reconocía que en parte era su culpa, poco a poco se había aislado en una especie de burbuja donde solo tenía espacio ella, junto a sus problemas, y de la que ahora era prisionera.

Hace ya bastante tiempo que perdió su norte, al parecer ha tocado fondo, la vida ya no tiene sentido y cuando sucede eso se está frente aun gran problema. Para algunos la solución es fácil, Amanda cree haberla encontrado.

Se detiene, ha estado tan ensimismada con sus pensamientos que sin darse cuenta ya ha llegado, a unos cuantos metros se encuentra el estero. El sitio está deshabitado y lo suficientemente lejos de todo, siempre le ha gustado, es tranquilo, sin nadie que pueda molestar. Se sienta un rato a descansar, saca del bolsillo de su abrigo el cogollo que compro hace unos días a uno de sus compañeros de colegio. Últimamente ha fumado bastante, no tiene reparos, fuma cualquier cosa que llegue a sus manos y lo hace más que nada para no comer, solo siente hambre cuando está nerviosa, porque de un día para otro había perdido el apetito. Jamás estuvo contenta con su cuerpo, sentía que no encajaba con el estereotipo de mujer que todos conocemos así que tampoco se hizo problema, pero llegó el momento en que no toleraba comida alguna y le era imposible contener las ganas de vomitar. Ella lo sabe, la anorexia ha tomado su cuerpo y también su mente hasta lograr arraigarse en su naturaleza, ella lo sabe pero no le importa. Ya nada le importa y en estos segundos menos aún. Sigue deleitándose mientras fuma rememorando cada instante en silencio, de su vida de silencio que nadie ha notado... y han guardado silencio.

Esta helado, es el comienzo del invierno y hace mucho frío, se entretiene un rato observando el vaho que sale de su boca cuando respira y se pierde con la neblina que hay a su alrededor. Se le viene a la cabeza el coro de una canción de Los Tres que tanto le gusta: “si me dices que te vas que no lo quieres intentar entonces abre la ventana y tírate”. Pues aquí está abriendo su ventana. Echada sobre la hierba piensa en qué pasara mañana con los otros y con el mundo, pero después de todo da igual, que se jodan ellos con sus putas vidas de personas felices y normales. Total su vida es suya y es libre de hacer lo que se le dé la regalada gana, que se queden aquí con su perorata plagada de moralina con su Dios y con su infierno, lo que es ella ha decidido poner el punto final y ni la amenaza más horrenda de castigo divino la detendrá.

Rápidamente se pone de pie, ya no hay más tiempo que perder, la saca de entre el pantalón y la observa, a la luz de la luna tiene un brillo especial un tanto maligno. La toma y la lleva a su cien, pone el índice en el gatillo, su mano tiembla, al parecer esta nerviosa, pero puede ser el frío, realmente esta helado o al menos eso cree ella. En dos segundos infinitos mil sensaciones por su cuerpo, una especie de corriente eléctrica la recorre desde la cabeza hasta la uña del dedo gordo del pie y rebota hacia su mano, hacia el índice decisivo. El clic del gatillo se escucha como una bomba que triza la noche, una explosión, el cuerpo se deshace, el estruendo se transforma en hormigueo, un impulso que la arrebata.

Cuando abre los ojos está sudando, su corazón late a mil por segundo, sin darse cuenta se quedó dormida y ha tenido un sueño. Mira el reloj colgado en la pared, quince para las siete, justo en la hora, toma su abrigo y sale de la casa, el frío del acero penetra su pierna... mientras camina por la ciudad con paso decidido bajo la noche en el más absoluto silencio.

FRANCISCO JAVIER PARRA

CUENTOS MÍNIMOS

Puntería

Notó sus cabellos rubios bailar con el viento, mientras el brillo de sus azules ojos le provocaba un cosquilleo que recorría su cuerpo. Pensó en lo difícil que iba ser el reventar su cabeza con un solo disparo.

Invitación

Apenas podía respirar y el ritmo agitado del gemido incontrolable que lentamente desaparecía, lo invitaba con urgencia a buscar un cigarrillo.

Reprobado

El timbré sonó con fuerzas y marcó el principio del aciago. La hoja en blanco, sólo adornada por la fecha y su nombre, develaba el tiempo que había perdido tratando de escribir este micro cuento.

Letargo

Calculo la distancia en segundos desde la puerta de su habitación hasta la entrada del baño. El cansancio pudo más. Sintió la calidez entre sus piernas.

Bienaventurado en el reino de los hombres, bienaventurado el pastor Pedro Antonio Pérez.

No alcanzó a pedir perdón, ni a arrepentirse ni a persignarse, ya había muerto.

Escaso manjar

Las sesenta mil personas que miraban el partido quedaron atónitas cuando una desafortunada ave evitó el inminente gol. El arquero la recogió para la cena de la noche. El goleador se ofuscó cuando vio como en forma impune se apropiaban de su presa. Inteligentemente el réferi amenazó al portero con validar el casigol, para conseguir el ansiado animal. Ante la prensa declaró:” Un terodáctilo no se degusta con frecuencia.”


Clase de música;

Es un do menor, dijo uno. No, un do menor 7, agregó otro. El maestro no podía detener la ya acalorada discusión, porque su oído le decía que era un do9. El del rincón pidió la palabra y dijo que era un do menor disminuido. Ludwing vociferó furioso “es un fa sordos, un fa”.


Infierno

-¿Cuál es su nombre?

-Agusto Pinochet

-Ah… Usted aquí no es bienvenido. Me recuerda al dictador que me expulsó de los cielos

jueves, 18 de octubre de 2007

LAURA, GRACIAS A TI


Diana Lopez

Conocí a Laura hace dos años, pero recuerdo su dulzura como la sensación de la mas dulce de las ambrosías, recuerdo su fuerza como una fría tormenta de invierno y su suavidad como el pétalo del botón de una rosa que ha acabado de nacer, aquel día de mi vida, yo era el protagonista de una triste historia de amor que lleva una carga de dolor tan profundo que lo único que uno puede hacer es desaparecer para olvidar, ya que no existe nada alrededor que pueda hacer olvidar la pena, la rabia y la amargura del abandono como si se abandonara a un pajarito herido a la orilla de un río. Caminé sin destino determinado como si la brisa me indicara a que lugar debía llegar y sentirla en mi rostro era lo único que me mostraba que todavía podía seguir adelante. En aquel camino se encontraba Laura sentada en un banco, con sus ojos miel que expresaban dulzura, suavidad y fortaleza al mismo tiempo, me calmó la paz de su rostro y me cautivó la sonrisa que me dedicó cuando su mirada percibió el mío. Ella de manera muy amable me comentó lo lindo de aquel día, pero no de una manera que la naturaleza humana se da cuenta que un día esta bonito, sino desde la perspectiva de la percepción que ella dedicó al insinuarme que aquel día estaba lleno de sorpresas y de alegrías y que solo debíamos dedicarnos a buscarlas. Me impresionó su manera de ver las cosas y es por esto que acudí varios días a aquel lugar para conversar con ella y encontrarle a cada día un aroma distinto, un color distinto, una variación de tiempo que solo aquel día nos podía entregar y que debía aprovecharlo para que todas las personas a quién amaba disfrutaran un día más del amor que yo les podía entregar. Cuando conocí a Laura mi único objetivo era olvidar mi desengaño, olvidar mi dolor, como si el abandono de aquella mujer hubiera sido lo único que tenía sentido en mi vida, lo único que me daba valor, lo que me hacía despertar y funcionar al igual que una máquina de vapor que sale temprano a su faena y no llega hasta la tarde para descansar hasta el otro día y que cuando no está quién la manipula esta máquina ya no puede funcionar, en eso me había convertido hasta ese momento. Después de unos encuentros con Laura, me di cuenta de que había pasado por alto lo mejor de mi vida, las personas que me querían de verdad, mis amigos y familia, ella me enseñaba cada día que las cosas simples hacían de la vida algo hermoso y que lo mas hermoso provenía de cosas simples. Ella era bastante joven y me preguntaba cada día algo nuevo de mi vida como una manera de ir conociendome, de entender que era lo que la primera vez que me vio adivinaba que yo no quería seguir sintiendo tanto dolor y que la única manera de olvidar era borrar todo lo que tenía de los recuerdos de aquella mujer aún terminando de ser yo mismo. Un día Laura me mostró un álbum de fotos de su vida, me di cuenta que en aquel álbum tenía cada uno de los momentos de su vida grabados y cautivos mediante fotografías y recuerdos y me enseñó que lo que la hacía ser feliz no era lo que quería hacer con su vida porque aquello no era un tema para ella, lo que la hacía orgullosa de sí misma y feliz era que había vivido cada momento de su vida tratando de impregnar su aroma y su sello, involucrándose en cada detalle de lo que le interesaba y tratando de terminar todo lo que algún día había comenzado, me dijo que tenía una tarea en la vida y que la estaba cumpliendo conmigo, en ese momento no lo entendí pero luego de un tiempo me quedaron muy claras sus palabras. Pasé tanto tiempo con Laura que sentí que me enamoraba de ella cada día más y que su cariño me embarga hasta quedar en un profundo éxtasis, me sentía motivado a verla cada día como un niño que corre tan solo para esperar ver pasar a la muchacha de sus sueños, era muy bonita, pero esa belleza se veía opacaba por la alegría que irradiaba, por la delicadeza que acompañaban sus versos y porque irradiaba una paz tan profunda como al encontrarse en un campo de noche solo con el ruido de un río cercano, esa paz que hace que el viento que llega a tu piel se transforme en un aliento de vida y te reanime los sentidos para luego dejarte caer en una somnolencia que te embarga todo el cuerpo. Soñaba con Laura cada día, soñaba con verla a mi lado igual de radiante que su mirada y sus versos, Laura hizo que yo olvidara a aquella mujer desde el primer día pero no como un amor pasajero que reemplaza a otro, sino que como un sentimiento que te complementa y te sientes satisfecho por la paz que acompaña tu ser. Un día le pregunte a Laura si se imaginaba el porque de mi tristeza al conocerme, y me respondió que lo que realmente le importaba no era la causa de mi pena sino como esa pena se estaba curando, como estaba saliendo de ella y que había aprendido de la lección que me había dado la vida. Sus palabras fueron como un rocío que bañó mi corazón de tranquilidad al entender cuanta razón tenían sus palabras y que realmente me sentía muy curado de aquel dolor gracias a Laura. Aquel día fue especial porque junto a Laura fuimos a la playa, nos sentamos en la arena a contemplar la diferencia que presentaban las olas, la fuerza con que algunas se aproximaban a la playa, la calma con que otras bañaban las costas, fue ese día que Laura me contó acerca de que era portadora del VIH, aquella noticia me impactó mucho, me dejó helado como un trozo de nieve que no termina de convertirse en agua, algo recorrió mi cuerpo y se quedó en mi corazón, no supe que decir pero tampoco creí que fuera necesario, le pregunte porque no me lo había contado antes y me contesto: porque solo hasta ahora estas preparado para saberlo. Yo no le pregunté nada más, no lo creí necesario, sabía lo mas importante que se podía saber de una persona, yo lo conocía en ella y la admiraba, ahora mucho mas que antes, ella no necesitaba ayuda, ella estaba para ayudar y había usado su experiencia para ayudarme sin conocerme ni saber quién era yo, solo algo en mis ojos la hizo entender que una tristeza muy grande escondía y me enseñó que era lo verdadero y valioso en la vida, creo que en ese momento la amé mas que nunca por darme cuenta de que Laura era la persona mas fuerte, decidida y luchadora que había conocido y que yo siempre necesitaría de ella, nunca tuve miedo a acercarme a ella, conocía el tema a profundidad y solo quería que Laura siguiera gozando de su vida como hasta ahora. Ella vivía para que los demás nos diéramos cuenta de que le dábamos mucha importancia a cosas que no eran imprescindibles y entendí que aunque lo imprescindible pueda estar en peligro, mientras tengamos fuerzas siempre saldremos adelante no importa la adversidad, ella sanó mi corazón y mi cuerpo sin necesitar mas que la dulzura de sus palabras y su bondad que estaba mas allá de los límites de la razón humana, nada de lo que nos ocurra nos puede predisponer, solo lo que nosotros construyamos a partir de nuestra vida y la mirada que le demos a las cosas lo que hará que reaccionemos de diversas maneras, yo lloraba por un amor y Laura reía a pesar de la adversidad, cada día llegué a amarla más. Gracias al amor que le tenía pude entender lo que ocurrió un día que llegué a encontrarme con ella en el lugar que nos habíamos conocido, Laura me había dejado una nota diciéndome que partía a ayudar a quiénes la necesitaban mas que yo en ese momento, que la dejará dar lo que podía y ayudar a dar esperanza a quiénes les costaba salir adelante, que no importaba lo lejos que se encontrara su corazón estaba conmigo y que cada vez que viera algo hermoso y simple me acordara que ahí estaba su sonrisa, la entendí y por el amor que le tengo quise verla realizando lo que realmente le gusta hacer, ayudar a dar esperanza, de una manera que el mejor psicólogo no podría, mediante lo que la naturaleza nos muestra, la brisa, los colores, la vida, las flores, los recuerdos, los momentos felices, la capacidad de dar amor y entregar, me enseñó que dar todo lo que se puede no es quedar vacío sino que tocar la puerta de entrada a una capacidad de dar que esta mas allá de la que ya agotamos, su vida hizo de ella un ángel que iluminó mi vida. Laura, estaré siempre contigo. Laura, gracias a ti.

OTRA CAMA

Carla Deppeler

De seguro al tema de la cama se habían referido miles de veces entre insinuaciones mutuas, y así mismo las circunstancias darían el vamos al encuentro fortuito que algún día podrían desencadenar sus pasiones. El momento había llegado, o tal vez no como se pueda imaginar cualquier persona, sino que las condiciones de aquella oportunidad los había reunido a miles de kilómetros de distancia de sus hogares, en un paraje mucho más frío y natural, pero lleno de encanto y misticismo que a ambos los envolvía durante ese anochecer de invierno.

Su estadía se había hecho llena de complementos distintos, las risas y bromas abundaban en el ambiente, y por que no decirlo, el sueño también, las caminatas al aire libre jugueteaban con aquellas sensaciones nocturnas llenas de agotamiento, puesto que sus días no habían sido fáciles entre excusas y trabajos apresurados para poder reunirse cuanto antes en aquella ocasión, pero el esfuerzo valía la pena, o al menos eso sentían ambos y concordaban como de costumbre, en silencio.

En esa misma rutina, no rutinaria, llegaron a la habitación del hotel, era la primera vez que compartían algo así como un espacio en común; la habitación lucía acogedora y las apreciaciones eran tiernas y cálidas. La joven luego de un rato se quedo a los pies de la cama revisando la programación de la madrugada en el televisor; él con una mirada enternecida y protectora, sintiendo que la quería mas que nunca le sostuvo sus manos y la tomó por la espalda incitándole en silencio a descansar sus cuerpos bajo las capas de la cama, el agotado rostro de la muchacha asintió ante una fugaz negación de terquedad, pero ya casi amanecía y un profundo beso que despedía esa noche los hundió cada uno en su lado de la cama a dormir profundamente. Él le había prometido ser quien no durmiera jamás mientras ella compartiera su cama, pues la cuidaría contemplativamente y sería además quien delicadamente la despertaría de los sueños para devolverla a la realidad que los unía en todo momento.

Dadas las 9 en punto de la mañana la joven abrió sus ojos retornando a su escenario tal cual como se recordaba horas antes en esa cama. Él no la había despertado, porque sí se había dormido, pero fue una fracción de segundos apenas lo que demoró su acompañante en posar sus ojos sobre ella, la noche había ya concluido.

Era la hora en la que él debía partir, pero no se daría esa libertad sin antes llevar a la joven consigo a una serie de lugares naturales que él sabía tanto a ella le fascinaban. Llovía, y el tiempo no los acompañaba, las horas habían volado fulminantemente la despedida se hacia inevitable. Una leve sonrisa graciosa marcó el rostro de él al poner su chaqueta sobre la débil silueta de la adolescente, le dejaba un recuerdo. El roce de sus rostros fue tan frágil como el beso que unió sus labios, se dijeron adiós y ella quedó sola en medio de la calle.

Una par de horas después, ella ya entre sus amigos sostenía la chaqueta impregnada al perfume de su amante; él en paralelo giraba sus llaves contra la puerta que lo recibía en su hogar, tras esas paredes que sentía tan indiferentes, lo esperaban entre risas bulliciosas sus hijos y una mujer a la que había decidido unirse mas de una década antes, duramente en su reacción no tuvo mas que optar por darles un gran abrazo a todos ellos con una mirada perdida, tal vez tanto que si alguien pudiese haber proyectado la imagen de sus ojos, no habría visto mas que la melancolía que traía a su mente la fragilidad de su dura realidad, de esa distancia, de los momentos y por sobre todo de las acontecimientos que encerraban su existencia, el abrupto cambio que le recordaba haber pasado horas antes, esa misma noche anterior, en otra cama y acompañado de un joven cuerpo lleno de falsas ilusiones y realidades paralelas. Ambos no cumplían el trato de los amantes, ambos se extrañaban, se perdían pensando el uno en el otro, ambos y ambos por sobre todo se querían.

ραιδεια

miércoles, 17 de octubre de 2007

Una lucha de amor familiar

Janes Miller (AQUÍ PUBLICAMOS EL CUENTO DE NUESTRA ESCRITORA MAS JOVEN)

Érase una vez, una pequeña niña. Bueno tal vez no tan pequeña, se llamaba Darissa y tenía 10 años. Su pelo era largo y liso, sus ojos grandes y de color café, su mirada tenía algo especial, lo que la hacía distinta a las niñas de su edad. Darissa era una niña muy inteligente y amable con todos. Ella tiene una familia común, un padre, una madre y dos hermanas pequeñas, Sonia de 8 años y Magdalena de 7 años. Darissa asistía a una Iglesia, participaba en todas las actividades que en ese lugar realizaban, ella amaba y respetaba a Dios, pues sabia que él la cuidaba y ayudaba en todo momento.

Un día, al llegar a casa después de la escuela, Darissa abrió la puerta de su cuarto, y vio una luz muy brillante, no sabía que hacer, sólo miraba desconcertada esa luz tan resplandeciente. Después de un momento logró vislumbrar una tenue figura, no podía ver con claridad, se acercó dudosa y al fin consiguió ver en medio de esa luz, la imagen de su abuelita. Darissa no lo podía creer, sin embargo quería saber que hacía ahí, porque la buscaba a ella, que había sucedido ese fatal día del accidente automovilístico, que la separó para siempre de su lado. Como pudo, Darissa recobró fuerzas, tomó aliento y logró articular una palabra - ¿Abuela?. De pronto, una voz respondió: - Sí, soy yo, tu abuela – el rostro de Darissa, expresaba una alegría sin límites, pero continuó escuchando: - Dios me ha encomendado una misión, Darissa, nietecita querida, tendrás que ser muy fuerte, te esperan días muy duros, vendrán muchos problemas y creerás desfallecer, pero nunca olvides que Dios está contigo, no debes temer, Él y yo estaremos a tu lado, te amo mi niña…adiós, luego de estas palabras desapareció. Darissa quedó paralizada, no lograba comprender la importancia del mensaje de su abuela, se sentó en la cama y quedó en silencio por unos minutos. Luego reaccionó y tomó la decisión de no contar lo sucedido esa tarde.

Al llegar el siguiente día, Darissa notó algo extraño entre sus padres, ellos ya no se hablaban, recordó lo dicho por su abuela, pero pensó que no era importante, tomó su mochila y se fue al colegio. Allí la jornada fue normal, jugó como siempre con sus amigos, rieron recordando todas las travesuras que habían realizado ese día. Al salir del colegio se dirigió hasta su casa, almorzó como de costumbre y fue a su cuarto a hacer sus tareas. Luego de un momento escuchó unos ruidos que le parecieron extraños, entonces abrió la puerta de su cuarto, bajo la escalera silenciosamente, y encontró a su padre algo bebido y su madre estaba llorando desesperada. Darissa preocupada le preguntó: - ¿Qué sucede? ¿Por qué están discutiendo? – la madre, aun con algunas lágrimas en las mejillas, respondió: - Por favor, no te metas. Son cosas de adultos – Darissa obedeciendo a su madre, subió hasta su cuarto, y sentada en su cama, recordó lo que su abuela, le había dicho: - Entonces todo esto era verdad – pensó Darissa - Tendré que ser fuerte. Por favor Dios ayúdame – cerró sus ojos, sintió que su corazón se apretaba, no podía creer que esto estuviera sucediendo en su familia, hace un tiempo eran tan felices y ahora todo había cambiado.

Al cabo de dos meses, las peleas se hicieron mas intensas y violentas, esto produjo que Darissa bajara su rendimiento escolar, ya no se concentraba en el colegio, trataba de hacer su máximo esfuerzo, pero no lograba olvidar las dolorosas escenas que veía a escondidas desde la puerta de su habitación. Darissa sólo intentaba proteger a sus hermanas, para que ellas no se dieran cuenta de lo que a diario sucedía en su hogar.

Un día, Darissa regresaba a casa, después de una ardua jornada de materias y pruebas, al entrar a ella, vio a su padre sentado en el sillón, en otro lugar de la sala, estaban su madre y sus hermanas. El ambiente era de total tensión, Darissa no se animaba a preguntar que sucedía, por temor a una respuesta negativa, después de unos segundos, respiró profundamente y miró a su madre, ella comprendió lo que Darissa quería saber, y respondió a esa mirada, diciendo: - Hija, tu padre y yo hemos decidido separarnos – Darissa sintió como si un hielo recorriera todo su cuerpo, comenzó a llorar, tanto así, que después de un momento ya no le quedaban lágrimas. Se fue a su cuarto, y llorando se durmió. Luego de un rato, su madre la despertó, Darissa aun adormecida, la miró con desconcierto, observó unas maletas que esperaban en la puerta de su cuarto, su madre le dijo: - Vístete, nos iremos a casa de tu tío – Darissa no quería ir a ese lugar, pues no le daba confianza, sabía que ahí había droga y violencia, pero tenía que acompañar a su madre, aunque lo que ella deseaba era quedarse con su padre y así poder ayudarlo. La despedida fue horrible, su madre estaba como endemoniada, sus hermanas desconcertadas por lo sucedido. En silencio subieron al auto, Darissa no dejo de llorar durante todo el trayecto a su nuevo hogar.

Después de algunos días, Darissa no lograba adaptarse a ese lugar, más aun cuando escuchaba a sus hermanas llorar durante toda la noche. Sus tíos eran violentos y trataban a su madre como a una empleada, y ella, para que no la arrojaran a la calle con sus hijas, hacia todo lo que le decían. Darissa, ya cansada de esta situación ideó un plan. Cada noche, al irse a dormir, pensaba en la forma de hacer que sus padres se reconciliaran y todo volviera a ser como antes, hasta que un día surgió una idea. Salió como de costumbre al colegio, pero al salir, sus pasos se dirigieron hasta la cafetería, lugar donde su padre trabajaba. Cuando lo divisó, Darissa corrió a sus brazos, el padre muy contento la abrazó largamente. Luego, ella le contó todo lo que sucedía en casa de sus tíos, las largas noches de desvelo de sus hermanas, los interminables días de trabajo doméstico de su madre y por supuesto su profunda pena por la separación de ellos. Por su parte, el padre le dijo que él las amaba, sabía el gran daño que les había provocado, pero haría lo posible para volver a estar juntos. Estas palabras reconfortaron a Darissa, creía en su padre, y por esto prometió ayudarlo, pues sabía que el amor de una familia unida era lo más importante en la vida. Luego de esta conversación salió de prisa de la cafetería, pero ahora no con tristeza en su mirada, más bien su rostro irradiaba felicidad.

Un día miércoles Darissa volvía del colegio, su madre y sus hermanas la esperaban como era habitual, sin embargo ellas no sabían que Darissa no venia sola, su padre la acompañaba. La madre al verlo, corrió hasta una habitación, él salio detrás de ella. Conversaron un largo rato, se escucharon gritos, llantos, Darissa estaba ansiosa de saber que sucedía y esperaba junto a sus hermanas en la habitación contigua. Pasaron dos horas…dos horas interminables para Darissa, entonces todo quedó en silencio, solo escuchaba su agitada respiración. De pronto sintió unos pasos, era su madre, que llorando salía de la habitación. Su padre en cambio expresaba una alegre sonrisa diciendo: - Con tu madre hemos decidido volver a estar juntos, pero antes debo rehabilitarme – Darissa y sus hermanas corrieron hasta los brazos de sus padres, dando gracias a Dios por cumplir su deseo.

Después de una semana, regresaron a su casa. Se sentía una rica sensación de tranquilidad en el hogar. Ese día sábado pasearon por la plaza como una linda familia, Darissa se adelanto para admirar el paisaje, en medio de unos árboles volvió a ver a su abuelita, quien le dijo: - porque fuiste valiente, fuerte y madura, Dios te regalo una familia feliz, adiós mi niña, te amo – Darissa con una lágrima en su mejilla se despidió, recordando todo lo que había acontecido y como ella siendo una niña, lucho por el amor y la unión de su familia.

FIN


LA MISION

Tomás Barish.

Emilia fue la primera del regimiento en despertar. Bajó de la cama y caminó hacia el interruptor que se encontraba detrás de la puerta. Se acercó hasta donde dormía Esteban y lo movió fuertemente mientras le hablaba en el oído al pequeño Sergio. Comenzó a vestirse y a vestir a sus camaradas, sabían que en la casa todos dormían menos ellos. Emilia desenredó su pelo, abrochó sus zapatos y los de Sergio que aun no aprendía como hacerlo. El plan había sido creado con detención y sabían que esta vez no podían fallar, se armaron y estrecharon sus manos como símbolo de su unidad militar. Esteban tomó una bolsa azul que algo contenía y comenzó a moverse. Abrió la puerta, la levantó un poco para que no crujiera, asomó la mitad de la cara, de sus dos manos y miró: derecha, nada, izquierda, nada, puerta contigua, cerrada. Avanzaron silenciosamente hacia la escalera, Emilia llevaba en brazos a Sergio, su cofrade pesaba más que en la última vez, pero ella era la más grande, la que debía guiarlos hacia su objetivo. Al llegar al cuarto peldaño la misión presentó su primera dificultad, desde abajo “lenteja”, la perra que su tío les había regalado, movía con cierta actitud de traición su cola choca. Pero ellos iban preparados, la primera munición fue arrojada y acertaron a su objetivo, Lenteja se iba derrotada y sobornada hacia la cocina por el arma de masa con margarina que certeramente Esteban había lanzado.

¡Punta y codo!, dijo Emilia, cuando llegaron al final de la escalera. Cecilia, la nana, podría andar comprando pan o preparando la mesa para desayunar, y ella era un enemigo mucho más complejo que al que habían vencido anteriormente. Se armaron de valor, pues la primera parte de la tarea estaba a punto de finalizar con un triunfo para ellos. Ya casi se acercaban a la manilla de la puerta cuando ésta se movió en sentido contrario. No esperaban ese contraataque, Emilia debía pensar rápido, no pensar, hacer algo rápido. Con el dedo indicó a Esteban el espacio vacío que quedaba entre la escalera y un viejo sillón desgastado por las bombas del tiempo. Corrieron hacia su trinchera mientras la llave se deslizaba por la puerta y entonces ésta de un golpe se abrió. Emilia tapó la boca de Sergio, mientras Esteban vigilaba desde el mejor ángulo que habían encontrado. Pero para su tranquilidad el enemigo se desviaba hacia la derecha entonando desafinadamente un himno de guerra: “Plaaaya, Peeeena en el maaaaarrrrrr”. En esta oportunidad, su radar infrarrojo había fallado.

No pudieron evitar burlarse de su enemigo, pero lo hicieron sin risas, con una mirada cómplice que inundó simultáneamente a los tres. Era hora de seguir. Caminaron por el campo de batalla que estaba impecablemente alfombrado y limpio. Abrieron la puerta y no quisieron mirar atrás, prefirieron cerrarla rápidamente.

Ya se encontraban fuera del cuartel base, caminaron a la reja que había sido coloreada el fin de semana por el capitán, era verde como el bosque que debían atravesar para hallar el lado más bajo de ella, era ahí, en esa coordenada donde cruzarían sin problemas el límite del recinto donde se encontraban. El sol ya salía, brillaba en sus caras, pero no se podían confiar, lo más probable es que la cerca aun estuviera electrificada, eso era lo que el capitán les había asegurado el día que pasó sobre ella la primera mano de pintura. Esteban volvió a sacar otra de sus pulidas armas de la bolsa que llevaba amarrada a su cintura, la movió un poco y juntos dijeron las palabras adecuadas para encenderla: “saca, saca tu cachito al sol” y de esta manera la hicieron funcionar. La sostuvo desde el caparazón, parte superior de su estructura y la colocó sin miedo sobre la reja, esperaron ansiosos los resultados por un par de segundos. Éstos pasaron y les entregaban una favorable respuesta. ¡Estaban salvados! el arma no había explotado, ni se había rostizado. Era hora de saltar y habían burlado la última seguridad del destacamento.

Una vez abajo en la calle, caminaron hacia campo vecino, abrieron la reja todos juntos porque era antigua, de metal pesado y sonaba cada vez que empujaban. Entraron con seguridad, sabían que estaban en tierra de nadie, que no había minas, ni suelos falsos en los cuáles caerían. Fueron hasta el patio trasero donde estaba la menor seguridad, sólo Rufo el perro mestizo, pero el gran Rufo era su aliado y les daba a cada uno un jugoso lengüetazo, era esa la señal de bienvenida que ellos reconocieron inmediatamente. Emilia levantó a Sergio para que alcanzara el pestillo de la puerta, éste estiró su manita y logró abrirla moviendo el viejo cerrojo que estaba por uno de los lados. Esteban avanzó primero, tomó la mano de Emilia, ella la de Sergio que no veía nada por el gorro con chiporro que tapaba sus ojos y llegaba casi hasta su nariz, pero la mano cálida de su hermana le daba una confianza tibia, inagotable.

Por fin llegaban hasta su último objetivo, abrieron la puerta blanca que estaba en el primer piso y vieron su centro de búsqueda, ahí estaba dormido aun, como siempre con una mano en su pecho y la otra bajo la almohada. Él no se dio cuenta que ellos habían llegado hasta que los sintió acurrucados a su lado y con sus patitas heladas. No se inmutó al sentir esa invasión, sólo pensó después de mirar su reloj que se habían demorado un poco más de lo normal sus pequeños soldados.

Emilia, Sergio y Esteban habían comenzado a efectuar esta misión de rescate desde que el abuelo quedó solo, desde que esa casa se hizo más grande para él, desde que su abuela, sin avisarles se había ido a otra guerra a la cuál ellos no sabían cómo llegar.

                    Tomás Barish.

sábado, 13 de octubre de 2007

COTIDIANO

Sybilla Vanne.


“-Shhh! Escucha escucha parece música

-Claro que lo es, mujer, no seas así, así

-Así como así. Te digo música, de la buena.

-Déjate de pavadas, y bebe un vaso más. No hables tonteras. No estás ebria aún y ya empiezas.

-¿Un vaso más? ¿Estás loco? Un vaso más un vaso más. Un vaso más no le hace cosquillas a este pequeño cuerpo. Beberé la botella entera si ud. lo permite claro. Bromeo. No debes permitir nada hombre. Ay, Dios creo que comí demasiado, comí cuando no debía, comí lo que no debía o comí demasiado poco. Quizás es el colon. Estoy estresada. Este hacer nada me estresa, despierto por las noches demasiado des-cansada. Espera, no te vayas. Debo ir al baño pero no me molestes, ¡no te rías! No tiene nada que ver con el malestar estomacal, sólo es vaciar la vejiga. La mía es hiperactiva. Ay demonios me hago espera no te vayas.

Ya. ¿De qué ríes? ¿ah? Sólo hice pipí. Además el baño estaba lleno y había que entrar en bote. Y si no hubiese hecho sólo pipí, qué importaba. Me sorprendo. Todos, tanto problema que tienen con la palabra caca, caca cuando se trata de la propia, claro. Ah, ya me puse vulgar. Debes pensar que cuando bebo me vuelvo vulgar pero no es así. Pasa que todos tienen problema con admitir que cagan. Tanto problema y ya no sé cómo llegué a esto.

-¿Qué haremos, mujer?

-¡Ay! Amo que me digan mujer. Mujer. Así “mujer”. Vamos, dilo otra vez.

-“Mujer”

-Lindo.

-Bueno, ir a casa supongo. Qué más. Tú a tu casa, yo a la mía, como deben hacer las chicas bien. A menos que se te ocurra algo más. Podemos ir a tu casa, si no te molesta claro.

-Claro. Quiero beber otra cosa.

-Vino, puede ser.

-Vino, claro.

-Tinto.

-Tinto.

-Excelente.

-Espera, deja revisar mi bolso. Ya. Vamos. Creo que los protectores diarios son el mejor invento en los tiempos que corren.”

Ese fue el diálogo que escuché mientras te esperaba. O algo así. Ella llevaba medias negras, botas también negras, abrigo gris y asumo que bajo el abrigo, un vestido o, por lo menos una falda. Sobre la frente caía un flequillo recto y el resto del cabello estaba tomado con un elástico marrón. Me pareció bastante atractiva, pero no linda. Tenía la boca quizás muy grande. Pero ese no es el punto. De él, lo único que me animo a recordar es su risa escandalosa, casi molesta. Ella aparentaba tener unos veinte. Él…no lo sé. Treinta, treinta y cinco, quién sabe.

Lo de la boca grande de ella, lo recuerdo porque la miré de pies a cabeza cuando se dirigió al baño. Estaba borracha. No tanto, pero lo estaba. Sus mejillas estaban encendidas, lo que la hacía más atractiva aún. Él, mientras la esperaba, guardó un par de libros en un bolso negro, dio una vuelta y media a su cuello con una bufanda gris a cuadros de lanilla, se puso el abrigo y subió el cuello de éste. Entonces llegó ella y salieron. Me quedé con la mirada fija en el metro cuadrado de suelo que habían abandonado hacía un par de segundos y descubrí que al lado de la pared había un sobre americano de un laboratorio médico. No dudé en recogerlo y salir, pero ya no había nadie en la calle. Tal vez tomaron un taxi aquí mismo, imaginé. No pensé en abrirlo sino, en entregárselo al dueño del bar. Pero llegaste tú e insististe en que abriera el sobre, que dice: “Gustavo Ramírez: VIH positivo.”

Afuera llovía. Sobre la plaza con nombre de país llovía. Llovía afuera del bar con nombre de poeta.

Sybilla Vanne.

CIGARRILLO

CAMILA VARAS B.


Tenía ganas de apagar ese cigarrillo, pero fumaba inconscientemente… pensaba… no pensaba… observaba… una gota caía desde una altura y se destrozaba fuertemente entregándose a un charco… ¿por qué?, ¿por qué cae y se mata sin posibilidad de salvación?... continuaba fumando bocanada tras bocanada… humo tras humo… pregunta tras pregunta… mi cuerpo comenzaba a entibiarse y un sudor helado e incipiente empezaba a lastimarlo, tenía ganas de huir de ese cigarrillo, sin embargo lo hacía parte de mi insistentemente...

Se dibujaban formas con su humo, observaba círculos y líneas curvas traspasar mis cabellos y mis dedos… que ganas de huir de ese cigarrillo, pero algo me atrapaba y no podía dejar de contemplarlo admirativamente para destruirlo suavemente con los labios húmedos, tibios y ansiosos de mi boca… cierto placer oscuro había en esa muerte, la sensación de estar asesinando sin desearlo,… pero ¿qué busca mi mente encontrar en esas bocanadas?, ¿qué necesito hallar en el humo de aquel cigarrillo confundido e inerte?, observaba las gotas destrozándose en charcos, la lluvia se apretaba insistentemente contra mi ventana y yo vagamente lamentaba que no fuera lo suficientemente alta como para abrirla y arrojar desde allí todo lo que no deseaba.

El sudor se hacía cada vez más pesado y un suave temblor en mis dedos agitaba el tabaco sofocado y otra vez iba y venía, desde mi boca hacia la almohada, iba y venía, lentamente iba y venía, melancólicamente iba y venía, iba y venía… observaba, observaba y pensaba… y pensaba… ¿hacia dónde estoy arrojando mi vida?, ¿a un mar profundo e inalcanzable o hacia tierra firme y humillante bajo mis pies?... ¿por qué, por qué, por qué no acabo pronto con todo esto y mato lo inservible, mato mi cigarrillo?... ¿de qué es reflejo este tabaco?, ¿qué es lo que tengo entre mis dedos y aspiro en mis labios… no es un cigarrillo,… no no no no lo es,… es esperanza, es esa maldita esperanza que me lleva a soportar esta miseria… creí haberla torturado lo suficiente como para que no sobreviviera, pero aquí está de nuevo y otra vez me lleva a abrir pesadamente mis ojos en un amanecer gris donde la lluvia se rompe furiosa contra mi ventana… ¿por qué mis ojos se inundan de lágrimas con este recuerdo?... ¿por qué mi vientre se vacía de sensaciones cuando lamento tener esperanza?... ¿por qué tengo ese bichito en mi espalda?...¿por qué me tengo maldita esperanza?... ¿será que puedo salir de aquí, será que aún queda fuerza para subsistir?... ¿qué hace que me tenga confianza hundido en este lodo?, ¿será lástima o será entereza?... no no no no no quiero llorar, no otra vez sin razón, no por nostalgia ni melancolía… no por mí… no lloraré por mí…

Poco a poco se va acabando todo y se apaga este cigarrillo… mis dedos se entibian y mis labios se queman a cada bocanada… se acaba mi tabaco y se apaga mi esperanza… ¿qué hacer, en qué pensar, por qué sufrir, por qué llorar?… no hay nada…nada… nada… ya basta de todo este lodo encubridor… no puedo apagar este cigarrillo, pero mi boca lo consumirá lentamente hasta extinguirse, en algún momento se consumirá totalmente y ahí quedará mi esperanza…convertida en gris ceniza que se disipa con el viento de la razón…

Mmmm… me encanta fumar, me fascina la bocanada de humo recorriendo mi boca, garganta, pulmones, pecho… pero este cigarrillo debía apagarlo… o mi esperanza sobreviviría… debía matarlo… o la lluvia seguiría… debía consumirse… o las gotas seguirían destrozándose contra el charco… debía fumarlo… o continuaría con mi miedo a vivir… subsistiría este temor a vivir… este temor que me vuelve inseguro y torpe, que me humilla y acorrala… este temor, este temor que congela mi sudor… este miedo… que me hace dudar y llorar sin razón, que inunda mis ojos sin una miserable razón… pero no… no consumí mi cigarrillo… no apagué mi tabaco… y lo continúo disfrutando contradictoriamente mientras observo ocurrir lo que no deseaba... mientras siento como el temor se apodera de mi y ahí viene otra vez a inundarme… ahí viene otra vez a hacer temblar mis dedos, pero continúo matándome y fumando y sigo auto compadeciéndome, y ahí voy otra vez a destruirme lentamente y el cigarro nuevamente…de mis labios a la almohada… de mi boca al vacío… y sigo otra vez fumando… fumando… y fumando…

LA ESPERA

Camila Riquelme

Las gotas se deslizan una y otra vez por la ventana, lastimeras, agónicas y yo las miro, más bien observo a través de ellas en un estado similar, letárgica, desesperanzada, con la nariz pegada al vidrio, la que a estas alturas ya esta bastante húmeda y fría, tanto que fácilmente podría haberse desprendido y yo como si nada, sin siquiera notarlo. Y así esperé una, dos, tres horas antes, cuatro, cinco, quien sabe cuantas horas después y espero, espero y te espero y no llegas.

A ratos la lluvia se detiene y se ve todo más claro, comienzo de cero y te doy una nueva oportunidad, de este modo pasan las horas más rápido y puedo entretenerme viendo como se abren las nubes. Pero no siempre es tan fácil, cuando sale el sol y todo se evapora la situación se vuelve más monótona e incluso me siento más sola, de un modo u otro aquellas gotillas suicidas me hacen sentir acompañada y menos desgraciada, pero son pasajeras y se van, como todo lo que está a mi alrededor, cambian, menos yo que sigo aquí paciente en mi espera.

También puedo distraerme observando a la gente que viene y que va, que va y que se viene, con sus caras ocupadas, soñolientas o despistadas, con paso rápido o reticente, pero eso después de un tiempo también se vuelve aburrido y pasan los días y aún así no me desanimo y espero, y te espero.

Cuando llega el calor del verano despierta en mi un poco de esperanza, los rayos del sol son agradables a excepción de entre una y tres de la tarde cuando me dan en los ojos y no puedo ver si te has decidido a venir, pero de todos modos no pierdo nada porque siempre es igual.

Ya en otoño, cuando veo caer las hojas, me baja la melancolía y hasta creo que lloro un poco, pero con el frío que hace y lo helada que estoy siempre, supongo que ni siquiera soy capaz de sentir mis lágrimas. Y así, otra vez gotillas en la ventana y te he esperado horas, días y te sigo esperando, pero tú no reaccionas, sigues ahí sin decidirte, sin compadecerte de mi mirada de súplica, con tu cara pensativa justo en medio de la plaza.

En realidad yo no se que te encuentro, será tu físico escultural, ese aire de sabiduría, o la mirada que me lanzas desde lo lejos, tan profunda, tan pensativa. En verdad no lo sé, quizás el problema soy yo y por eso no te decides a venir, puede que la distancia te desaliente o tal vez pienses que para un hombre como tú no es digno estar con una mujer como yo, incompleta, la que simplemente es una cabeza y apenas un poco más.

En realidad ya no se que pensar, pero te aseguro que no pierdo la esperanza y por mientras te observo desde la ventana del cuarto departamento del edificio de enfrente y espero, espero y te espero.


Extracto de Monólogo

He rayado las paredes porque no encuentro hojas que aguanten tanta rabia ni se deshagan bajo tanta pena y lágrima. He sacado cada uña de mis manos, he arañado mi piel y desgarrado a mordiscos mis labios. De nada sirve el cuerpo en este encierro, en esta casa sin puertas ni ventanas.

Y en esta soledad mi única compañía son la angustia y el miedo que siguen mis pasos como perros callejeros, hambrientos. Las únicas palabras que he logrado intercambiar son con mi propio eco que retumba por los rincones pidiendo auxilio, yo, conmovida lo compadezco y tranquilizo tal cual él lo hace a veces conmigo.

A la hora de comer la amargura es el ingrediente secreto con el que sazonan las comidas, se queda pegada entre los dientes y se mezcla con la saliva. Luego, entre las dos y los cinco compartos con el tedio y el desgano, jugamos a tirarnos boca arriba sobre las mandrágoras del patio.

Así pasan mis horas y mis días, no existe consuelo. Entre estos tétricos corredores se ha perdido la única esperanza, quizás tan enloquecida como yo ha intentado saltar de los balcones…pero con éxito. La memoria presente en cada espejo, en cada juego de luces me ata a su abrazo frígido y se deleita con mi tortura.

Y aunque toda está lleno de recuerdos, de desvelos, miedos y malos augurios yo me siento vacía, vacía, ausente, porque lo he entendido todo, pero no quiero, no quiero, me niego a comprenderlo y por eso me doy de cabeza contra las paredes.



La locura al borde de la razón.

viernes, 12 de octubre de 2007

LADRIDOS

Por Núñez

El profesor Nabil Ewwàd, ejercía su profesión, ya con cansancio y tedio, luego de veinticinco años lidiando día a día con indomables, perversos, y, por sobre todo, ruidosos niños. Eligió la pedagogía, precisamente, por aquello de que aún carecía; Tranquilidad. Al momento de postular a la Universidad, optó pensando en los 2 meses de vacaciones que tendría, junto a su entonces novia y hoy ex – mujer, para relajarse y gozar de la época estival.

Su infancia fue solitaria. Era el menor de tres hermanos, y solía divertirse jugando por los pasillos de la casona de sus padres, mirando las estrellas encaramado en los tejados del negocio familiar, e inventándose historias fantásticas para matar la soledad en que vivía. En la adolescencia se caracterizó por ser el más tímido de su grupo de amigos, pero a la menor provocación, mutaba en un ser indeseable, agresivo e irascible. Hoy, es un amasijo de ambas etapas de su vida; Cuando dicta la cátedra de matemáticas se transforma en un histriónico y peculiar actor de los números, logrando, dentro de lo posible, que sus alumnos le presten atención. Al llegar a su casa, donde vive hace ya quince años con su actual pareja Isabel, el hijo de ésta, Javier, y su único descendiente a quien cariñosamente llama “coke”, la pesquisa del silencio y de espacio propio tornaban insana la convivencia del ficto grupo familiar fruto del concubinato. Apenas arribaba, su pareja debía correr presurosa a servirle la comida caliente, su infaltable ensalada con huevos duros picados y el té, con cinco gotas de aguardiente. Su hijo, por su parte, debía abandonar su habitación, (que era una ampliación de la casa original), para cederle su cama al exhausto padre. Almorzaba en cuatro minutos y medio. El colegio en que laboraba quedaba a sólo dos cuadras de su casa, por tanto, perdía siete minutos caminando. Lavaba sus dientes por tres minutos y medio. Los otros treinta minutos restantes, para que finalizaran los tres cuartos de hora de que disponía para merendar, sagrada y cronométricamente, los dedicaba al placer del sueño.

Más de alguna vez pidió a todos los moradores del hogar, inclusive a visitas, que salieran al patio de la casa, que fueran a comprar al supermercado del barrio o, que lisa y llanamente, vieran televisión u oyeran música con volumen alto. Ello, porque otra manía del caricaturesco maestro era encerrarse en el único y céntrico baño de la pequeña casa, acompañándose de periódicos o revistas, una toalla y una lupa –como buen turco que era, decidió ahorrarse los gastos en oculistas y posteriormente en anteojos, optando por una lupa para leer-, sin preocuparse de que alguien oyera sus relajos. El profesor no pedía nada más durante la semana. Sólo exigía silencio sepulcral durante la siesta, o por el contrario, fuerte ruido o simplemente ausencia durante sus visitas al baño.

Durante los fines de semana la tensión desaparecía. Su hijo generalmente pasaba las noches fuera de casa, lo que le permitía, con la venia a regañadientes de su concubina, ocupar la pieza de coke y viajar, a través de la música, a su época de gloria; los años mozos de su juventud. Aprovechaba además para beber piscolas, que le servían para ayudar a sus recuerdos a volver a su mente, y a borrar aquellas risas, gritos y palabrotas de los impúberes a que debía educar.

Esa era la vida del profesor cuarentón, cuya ascendencia árabe se expresaba en su frondosa y oscura barba, en sus cabellos ondeados y en su carácter machista. Ordinariamente vestía ropas oscuras –de estilo adulto joven- y una inseparable boina negra a lo Che Guevara.

Era martes. Tenía reunión de apoderados, así que volvería a casa con suerte a las 10 de la noche. El almuerzo, como de costumbre, lo encontró simplón y desaliñado. Luego advirtió a Coke y a Javier que no hablaran ni en la cocina ni en el comedor. Tampoco en la pieza de Javier. Les recomendó, con una mirada amenazante, que por su bien y por el bien de su salud, mantuvieran silencio por media hora, ya que le esperaba una jornada maratónica para la cual debía “recargar pilas” con una siesta y así poder aguantar despierto hasta el circo romano que era la reunión de padres, y ya en ésta, tener la mente fresca para contestar con audacia las prepotentes y azarosas preguntas de los apoderados del colegio particular.

Cerró los ojos. Cuando comenzaba a confundir la realidad con el sopor de sus sueños sintió un fuerte ladrido. Dijo para sí – Perro maricón –

Diez segundos tardó en oír nuevamente, no uno, sino que innumerables ladridos. Se levantó, con el pelo en anarquía y el pantalón a medio cerrar, para averiguar que ocurría. No tardó en saberlo. El vecino de la casa que colindaba con la suya por el patio, separado sólo por una delgada pandereta, tenía un retozón y bullicioso perro. Indignado por la perturbación de su goce, tomó su bolso porta pruebas y se fue reclamando en lenguas que Isabel, Javier ni Coke pudieron identificar. Al llegar a casa, por la noche, nuevamente oía al maldito perro bramar. Isabel sacó la peor parte, ya que fue víctima de los reclamos del docente y tuvo que aguantar sus quejas hasta que éste cayó abatido por el sueño.

Desde ese fatídico martes la estructurada vida del sr. Ewwàd se convirtió en un martirio. En el colegio daba a sus alumnos ejercicios para resolver en clases, mientras el craneaba complejos planes para acallar al podenco que lo trastornaba. Llegaba a casa y sólo hablaba de un solo tema; como silenciar al perro. Incluso llegó a tener sendas pesadillas en las que su pareja, Coke , Javier y los alumnos del colegio ya no le hablaban; le ladraban. Cuando caminaba por las calles y divisaba algún perro vago, solapadamente les propinaba un puntapié, los espantaba o psicóticamente enfrentaba con postura boxeril, manos empuñadas y un discreto, pero no por ello inocuo, - ¡ven aquí pu, perro conchetumadre!-

Su primera treta fue la más cavernaria; Tomó el escobillón de la casa, se asomó por sobre la pandereta medianera y cuando tuvo al perro a su merced, le propinó un par de escobillonazos. No funcionó. Al bajarse de la pandereta, luego de la tunda, el perro vociferó enrabiado mucho más enérgico.

El segundo plan fue producto de las profundas reflexiones del maestro, de las cuales concluyó que el origen de los ladridos del perro era por apetencia. “Ese perro ladra por hambre” solía comentar a su familia. Fue así como comenzó arrojar los restos sobrantes de las cenas hacia el otro lado de su finca. Pero el problema fue que el perro, si bien en un principio se callaba, luego comenzó a ladrar ahora sólo en dirección a la humilde vivienda del educador, pidiendo más y más comida. Como en este país la labor docente es muy mal remunerada, el bolsillo del sr. Ewwàd no resistió. Tuvo que forzosamente cambiar el método.

Una tarde de sábado, mirando un programa de inventos en un canal de televisión foráneo, sobre la construcción de espantapájaros en un pueblo del sur de California, pensó que podía, finalmente, ganar su batalla contra el montaraz can. Fue así como se decidió a invertir en un pequeño motorcito a pilas que compró a un precio razonable en una importadora de artículos chinos. A esto sumó unos delgados listones que consiguió gratis donde un amigo barraquero, pastos secos y haraposas prendas que hasta hace poco lucía. Cual Da Vinci, se jactaba ante su mujer del espantapájaros-espantaperros que fabricó. Lo instaló por la noche, montándolo sobre unos cajones de tomate vacíos, para que desde el patio de su vecino se vislumbrara una tétrica y extravagante figura humanoide y así, lograr que el impopular sabueso callara su megafónico hocico. Pero tampoco resultó. El perro se enajenó con el monigote girador y ladró más fuerte que nunca.

El pedagogo cabizbajo, pero no por ello pasivo, derribó a patadas y combos el maniquí que creó, y absolutamente encolerizado entró a su casa resuelto a hacer lo primero que debió intentar. Le dijo a Isabel y a coke –Javier no estaba- que lo acompañaran a hablar con los vecinos de atrás, pues en los 15 años que habitaba su casa nunca transó palabras con esa gente y, puesto que no conocía a los aledaños a su dominio, debía ir preparado para lo peor, incluso para una gresca, donde su mujer tendría la misión de gritar a viva voz para alertar del suceso a los demás vecinos y, su espigado hijo, debía suministrarle compañía pugilística.

Tocó la puerta de la vecina casa y acaeció lo impensado; Apareció el perro responsable de su infelicidad, caminando en dos patas, con una correa en su mano-pata derecha de la cual tiraba a una vieja mofletuda y petisa que gateaba por el suelo, y dijo al profesor lo siguiente:

“Buenas Noches. ¡Ah! Usted es el profesor que vive detrás. Yo lo conozco. Usted tira comida a mi patio, me grita improperios y me insulta a diario. Pero no se preocupe, yo lo entiendo. He tratado de hablarle, pero cuando me acerqué a estrechar su mano, en la pandereta en que lo vi asomarse el otro día, me agarró inexplicablemente a escobillonazos. Esta vieja que me encontré vagabundeando por la calle está enferma de rabia, y el día en que usted me agredió se puso furiosa y ladró hasta por los codos. Después noté que desde su casa lanzaban porquerías a mi patio, que la vieja comió en principio, pero que después al parecer le saturaron, así que bramaba hasta quedar ronca cada vez que caían sus inmundicias. Ahora no sé que cresta pasa, pero la vieja hace como media hora que se puso a ladrar como loca.

Sabe profesor, le voy a dar un consejo; No moleste más a mi vieja, porque por muy vagabunda y quiltra que sea, yo la quiero como a una cachorra. Además, supongo que usted, siendo un profesional de la educación –usando un tonito irónico- y con los pelotudos y ruidosos hijos que tiene, que cuando usted no está ponen una música de mierda a todo chancho, debiera de tomar medidas más civilizadas si quiere conseguir silencio. Haga como yo profe –ya hablaba con soltura-, cómprese unos tapones de esponja para los oídos. Los venden en una importadora china que queda en el centro y valen súper barato. No sea leso maestro –entre eso, la vieja comenzó a ladrar-, tómese un calmante y vaya a la cama. A estas alturas de la noche todos tenemos sueño y queremos descansar. Hagámonos un favor recíproco y no nos quitemos más tiempo ¿le parece? Buenas noches, fue un gusto hablar con usted y recuerde lo de los tapones, se va a acordar de mi.

–Ya vieja, calla la boca, ya te voy a dar tu comida- Escuchó perplejo el profesor, decir al anómalo perro, antes de cerrarle la puerta de su casa en sus narices.

EL LECTOR

Con una seguridad única (de mucha o de poca) se predispone a leer. Lee las primeras líneas con el cuidado de todo ojo crítico. Sus pupilas recorren cada letra para formar sílabas, luego palabras, después frases, oraciones, párrafos. Se toma su tiempo. Se pregunta cuál es la finalidad de lo que lee, pues parece no tener sentido alguno. Aún así no se detiene, pues le intriga saber lo que sucederá más adelante (y no sabe qué esperar). El interés por conocer el final de la historia... No, más bien, las ansias por llegar a la última línea que definiría y le daría sentido a tantas palabras que parecen vacías lo mantienen concentrado. El escrito es más que la sumatoria de frases insignificantes y en algún recoveco de su ser sabe que así es. Acaricia cada frase con la mirada; busca un vestigio de vida, de historia o de algún personaje con el que pudiera identificarse (algún enamorado, algún loco, algún moribundo; quizás los tres en uno o los tres por separado).

Quizás busca a una princesa que tras una vida miserable encuentra al amor de su vida mientras una bruja amargada se muere de envidia, quizás quiere encontrar una historia policial interesante. A lo mejor algo con lo que pueda soñar o algo para aplacar el estrés; un final retorcido, un final feliz... Una tragedia griega, una comedia burda, una moraleja, o ¡qué se yo! Lo que sí sé es que a medida que ruedan sus ojos líneas abajo, comienza a decepcionarse por la farsa de la historia que no promete un viaje a un contexto socio-cultural o socio-histórico determinado; no describe paisajes, no lo lleva a la mente de una bella princesa, ni a la de un asesino en serie, ni a la de una persona “normal”. Es más, dista de ser una historia. Con esa decepción, en el momento exacto en el que las palabras, oraciones y párrafos no tienen patas ni cabeza, el lector puede darse cuenta de que lo que lee no es un cuento sino un espejo, que cada una de las personas que ha leído el escrito se ha convertido en el único personaje existente y que no ha sido capaz de descubrirlo hasta que el autor (o sea, yo) lo escribe en una de las últimas líneas. Con extrañeza, algunas veces esboza una sonrisa (aunque sea desganada).

Antonieta Adams