miércoles, 17 de octubre de 2007

LA MISION

Tomás Barish.

Emilia fue la primera del regimiento en despertar. Bajó de la cama y caminó hacia el interruptor que se encontraba detrás de la puerta. Se acercó hasta donde dormía Esteban y lo movió fuertemente mientras le hablaba en el oído al pequeño Sergio. Comenzó a vestirse y a vestir a sus camaradas, sabían que en la casa todos dormían menos ellos. Emilia desenredó su pelo, abrochó sus zapatos y los de Sergio que aun no aprendía como hacerlo. El plan había sido creado con detención y sabían que esta vez no podían fallar, se armaron y estrecharon sus manos como símbolo de su unidad militar. Esteban tomó una bolsa azul que algo contenía y comenzó a moverse. Abrió la puerta, la levantó un poco para que no crujiera, asomó la mitad de la cara, de sus dos manos y miró: derecha, nada, izquierda, nada, puerta contigua, cerrada. Avanzaron silenciosamente hacia la escalera, Emilia llevaba en brazos a Sergio, su cofrade pesaba más que en la última vez, pero ella era la más grande, la que debía guiarlos hacia su objetivo. Al llegar al cuarto peldaño la misión presentó su primera dificultad, desde abajo “lenteja”, la perra que su tío les había regalado, movía con cierta actitud de traición su cola choca. Pero ellos iban preparados, la primera munición fue arrojada y acertaron a su objetivo, Lenteja se iba derrotada y sobornada hacia la cocina por el arma de masa con margarina que certeramente Esteban había lanzado.

¡Punta y codo!, dijo Emilia, cuando llegaron al final de la escalera. Cecilia, la nana, podría andar comprando pan o preparando la mesa para desayunar, y ella era un enemigo mucho más complejo que al que habían vencido anteriormente. Se armaron de valor, pues la primera parte de la tarea estaba a punto de finalizar con un triunfo para ellos. Ya casi se acercaban a la manilla de la puerta cuando ésta se movió en sentido contrario. No esperaban ese contraataque, Emilia debía pensar rápido, no pensar, hacer algo rápido. Con el dedo indicó a Esteban el espacio vacío que quedaba entre la escalera y un viejo sillón desgastado por las bombas del tiempo. Corrieron hacia su trinchera mientras la llave se deslizaba por la puerta y entonces ésta de un golpe se abrió. Emilia tapó la boca de Sergio, mientras Esteban vigilaba desde el mejor ángulo que habían encontrado. Pero para su tranquilidad el enemigo se desviaba hacia la derecha entonando desafinadamente un himno de guerra: “Plaaaya, Peeeena en el maaaaarrrrrr”. En esta oportunidad, su radar infrarrojo había fallado.

No pudieron evitar burlarse de su enemigo, pero lo hicieron sin risas, con una mirada cómplice que inundó simultáneamente a los tres. Era hora de seguir. Caminaron por el campo de batalla que estaba impecablemente alfombrado y limpio. Abrieron la puerta y no quisieron mirar atrás, prefirieron cerrarla rápidamente.

Ya se encontraban fuera del cuartel base, caminaron a la reja que había sido coloreada el fin de semana por el capitán, era verde como el bosque que debían atravesar para hallar el lado más bajo de ella, era ahí, en esa coordenada donde cruzarían sin problemas el límite del recinto donde se encontraban. El sol ya salía, brillaba en sus caras, pero no se podían confiar, lo más probable es que la cerca aun estuviera electrificada, eso era lo que el capitán les había asegurado el día que pasó sobre ella la primera mano de pintura. Esteban volvió a sacar otra de sus pulidas armas de la bolsa que llevaba amarrada a su cintura, la movió un poco y juntos dijeron las palabras adecuadas para encenderla: “saca, saca tu cachito al sol” y de esta manera la hicieron funcionar. La sostuvo desde el caparazón, parte superior de su estructura y la colocó sin miedo sobre la reja, esperaron ansiosos los resultados por un par de segundos. Éstos pasaron y les entregaban una favorable respuesta. ¡Estaban salvados! el arma no había explotado, ni se había rostizado. Era hora de saltar y habían burlado la última seguridad del destacamento.

Una vez abajo en la calle, caminaron hacia campo vecino, abrieron la reja todos juntos porque era antigua, de metal pesado y sonaba cada vez que empujaban. Entraron con seguridad, sabían que estaban en tierra de nadie, que no había minas, ni suelos falsos en los cuáles caerían. Fueron hasta el patio trasero donde estaba la menor seguridad, sólo Rufo el perro mestizo, pero el gran Rufo era su aliado y les daba a cada uno un jugoso lengüetazo, era esa la señal de bienvenida que ellos reconocieron inmediatamente. Emilia levantó a Sergio para que alcanzara el pestillo de la puerta, éste estiró su manita y logró abrirla moviendo el viejo cerrojo que estaba por uno de los lados. Esteban avanzó primero, tomó la mano de Emilia, ella la de Sergio que no veía nada por el gorro con chiporro que tapaba sus ojos y llegaba casi hasta su nariz, pero la mano cálida de su hermana le daba una confianza tibia, inagotable.

Por fin llegaban hasta su último objetivo, abrieron la puerta blanca que estaba en el primer piso y vieron su centro de búsqueda, ahí estaba dormido aun, como siempre con una mano en su pecho y la otra bajo la almohada. Él no se dio cuenta que ellos habían llegado hasta que los sintió acurrucados a su lado y con sus patitas heladas. No se inmutó al sentir esa invasión, sólo pensó después de mirar su reloj que se habían demorado un poco más de lo normal sus pequeños soldados.

Emilia, Sergio y Esteban habían comenzado a efectuar esta misión de rescate desde que el abuelo quedó solo, desde que esa casa se hizo más grande para él, desde que su abuela, sin avisarles se había ido a otra guerra a la cuál ellos no sabían cómo llegar.

                    Tomás Barish.

5 comentarios:

transpiralogica dijo...

Esto lo hemos hablado, cariño.
Pero no está demás.
Me agrada bastante...en realidad más que eso. Me sorprendió. Por fin logro alejarme y no leerte a ti sino, al narrador.
Sólo debes pulirlo, pero eso, con más calma, y contrario a lo que me dijiste antes de que lo leyera, de inocente, no tiene nada.

Iscariote dijo...

Que divertido. Si las jornadas cotidianas y los cuentos de los dias habituales fueran una aventura, donde la ficcion se mezcla con realidad y ambos son la materia de los cuentos, nuestra materia prima seria eterna.
Creo que la redaccion de pronto se torna floja y poco estudiada, lo que juega en contra de la trama, pero se logra el objetivo de entretener, claro si es este el objetivo. Con todo, esta bueno, solo lo anterior y algo que siempre se me escapa... y eso lo sabes tu.

Camila Varas Brash dijo...

la verdad a mí me pareció bastante inocente, sobre todo el motivo por el cual realizaban la misión.
si bien la redacción puede tener varias mejorías y jugar un poco más con las sorpresas, para mantener al lector interesado, ya que a veces se volvía lento el acontecer y esto hacía perder un poco el interés en el desarrollo.
creo que hay algo de transfondo en este cuento y no me parece una simple narración, por eso te digo estas cosas, para que las tengas en cuenta y te desarrolles, que sin duda puedes hacerlo.

un saludo

Rob. dijo...

aun tenemos la duda de quién es Isacariote.

!!!!

Anónimo dijo...

Primera vez que lo leo tan atentamente... y me encanta.

Tiene su halo de inocencia y de la misma manera tiene elementos que un niño no podría captar, por lo que no lo encasillaría como cuento infantil. De todas maneras, no sé si esa era la intención.

No es tarea fácil mezclar el lenguaje militar y hacerlo parecer inocente. A veces no está muy claro y creo que con más jerga militar, paradójicamente, hubiese quedado más dulce.

Con respecto al texto en general, si tiene uno que otro detalle que hay que mencionar, creo que ya están dichos. Sólo diré que me encanta, me encanta, me encanta. Morí con las municiones...

Buen trabajo, soldado recluta Barish.

Un besO