LA DESCREACIÓN
La eternidad es congelada. Los espíritus corruptos son liberados de sus prisiones, los dolores agónicos de los desastres premeditados vagan borrando el Génesis, las contradicciones de la Biblia son eliminadas. Pensamientos de sexo, holocaustos depravados, imágenes de herejía, tinieblas vivas, toda la Creación sufre el azote en sus filas. Los desencarnados piden más exactitud, los condenados reclaman libertad desde las grandes fauces del Abismo, familias enteras sepultadas. Ancianos solitarios, sombras enfermas, todo y todos escuchan el último mensaje que desde el Primer Trono se ha revelado: Dios se ha dado por vencido, no hay más remedio, la piedra angular caerá hasta los cimientos, borrón sin cuenta nueva es el título.
Unos cuantos rebeldes se agitan invocando el Viejo Orden, otros aún no comprenden nada y optan por seguir un fanatismo desenfrenado, mientras que la mayoría se deja consumir por el sufrimiento y la agonía de no ver otro amanecer. El Apocalipsis duerme tranquilamente, de primera mano lo sabe, no es necesaria su presencia: No hay sellos, no hay ángeles, no hay jinetes, no hay truenos ensordecedores. Santos con más paganismo que creencias se vuelcan furiosos, tratando de repudiar el cataclismo sobre los sacerdotes degenerados en sus propias aberraciones, la Verdadera Fe opta por apagarse, los fieles enloquecen en la tormenta y claman desde el polvo al que los ha abandonado. Los Ascendidos entienden bien el nuevo plan. Cristo, Buda, San Germán, todos se voltean acatando el nuevo mandato, no hay más camino. El último concilio de discordia en los Cielos ha dictado su resolución absoluta: No más manzanas, no más árboles, no más serpientes, no más opciones, ni más desviaciones. De todo nos olvidaremos, el momento ha llegado que del pecho sea arrancada la hiel, nuestros ojos serán vedados, nuestra presencia se borrará, simplemente jamás existimos. Una nueva raza ha de venir, casta, desnuda, inocente, con la pureza que trae consigo el no temer.
La descreación ha comenzado, jamás fue el libre albedrío, el Gran Elohim lo terminó por aceptar al ver pudrirse todo a sus pies, frente a sus propias narices. Los opuestos se unen, se diluyen, se abrazan, se entrelazan en una mezcla tibia, aburrida, sin sabor, sin color. Las banderas son rasgadas, las letras son borradas, los símbolos palidecen, las lenguas se olvidan al cruzar la infranqueable barrera del Logos voluntarioso. Nada de elementos, nada de desarrollo, el agujero negro de Cronos recapitula el sonido de las escaleras renacentistas, los brazos del Abismo devoran la claridad, la Creación comienza a caer como un gran Todo en las garras de la Nada imponente. La idea de intentar evolucionar será poco recordada un segundo más tarde, se perderá inmersa dentro de los lustros eternos. El calor motriz reposa tan inerte como satisfecho después de comer en exceso entre los dedos de una pirámide derrotada y derrumbada. Los Templarios y los resignados guardianes de la humanidad se dan vuelta para irse a dormir en el descanso del Letargo, para tal vez cabalgar más tarde en busca de otra Guerra Santa que los entretenga, escogiendo quizá a alguien más digno a quien proteger.
La gloria de la Edad Victoriana se pierde, las sombras de la Edad Oscura retumban en los fosos de la antigüedad, la Tierra vuelve a ser nombrada por su nombre original: Aradia. El guardián de los Portales del Averno deja escapar a las bestias olvidadas; fuego, horror y pesadilla atormentan al mismo Dissaor. Las runas pierden su antiguo poder, la Torre del Cielo emerge de los posos del olvido y se derrumba junto con la esperanza, los recuerdos del futuro se estancan en el pasado próximo. La bestia que era, no es y será pierde toda su anatema, el Eterno no muestra piedad con los que fueron, la verdadera naturaleza de los Cielos se revela a los ojos de quienes aún pueden ver en medio del caos total, el fuego de los sentidos se apaga por el sufrimiento sin fin. La locura reina, el llanto brota de las almas rasgadas de quienes aún confían en su salvación.
Quién lo iba a pensar, todo fue un experimento macabro donde el dolor fue excelso y dominante, sólo formamos parte de una prueba organizada por aquél de quien nada puede ser pensado. Los Nibelungos bailan sobre las olas de un vals hecho en el Olimpo, Alicia y Dorothy juegan a la soga juntas. Los Garou claman a la luna por la extinción de la raza de sus padres, los Vástagos se reúnen al fin para contemplar la Noche de la Destrucción, masas de almas en pena vagan por la Umbra en la desesperanza del olvido final. Caín regresa de su largo viaje por la Tierra de Nod, mientras su hija Infla reclama la potestad a la que tiene derecho por linaje. Lilita junto a sus hijos exclama triunfante por volver a fornicar con Adán entre las hierbas del Paraíso, mientras Eva se consume lentamente en la costilla del que fue su esposo. El Fuego Desconocido recorre las Siete Puntas del Universo, el último lamento alzado destroza el hilo de cordura de toda Aradia. Las cenizas de Helios se agrupan en el primer elemento de la Tabla, más allá de lo simple. Las mitologías ilógicas recorren la explosión del estallido de la Gran Campanada, hasta hacerla contraerse al punto de suprimirla.
El postrer mandato sigue firme, nada de almas gemelas, nada de seres a medias, nada de Sol o de Luna, el Círculo de la Nada reinará dentro de la Tormenta de lo Desconocido. La absolución total, justa o injusta, se llevará a efecto por el mismo que alguna vez otorgó el albedrío. Las Jerarquías Totales se van acercando paso por paso, peldaño por peldaño hasta el siete,
seis,
cinco,
cuatro,
tres,
dos,
uno…
Cero.
El ser vuelve a la nada.
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Deshágase la Creación y todo volverá a un estado de pureza indómito.
Primero la oscuridad, mucho antes que la luz…