domingo, 25 de noviembre de 2007

CAROLINA ESCOBAR

Manifiesto.

En blanco, tan de blanco

Se viste y luego

Me desviste

Y me atropella

Y me acaricia

Me desafía a que la use

Y le vomite

Le vomite en su pureza, eyacule en su blancura

Porque no hay guiones ni paréntesis

No hay prólogos.

No hay siquiera una certeza

Que me mueva

Me despierte

Me pervierta

Poquito a

Po

Co

poquitoa-MUCHO.

Manifiesto pesimista

Mi desgano matutino.

sábado, 24 de noviembre de 2007

FRANCISCO PARRA

Acta nro. 1

Suma: A 10 de Noviembre de 2007, en la ciudad de Concepción y como secretario del taller literario al que pertenezco, cumplo con remitir al director el acta de nuestro último encuentro.

  1. La asistencia fue casi perfecta. Sólo faltó Camila. Angie, Roberto, Carolina, Fernanda, Camila (otra Camila), Ricardo, Carla y quien suscribe este documento formábamos el grupo encabezado por César (en adelante El director).
  2. Sentados en el orden enunciado y formando un círculo, el director procedió a dar inicio a la sesión hablando de los comentarios formulados en nuestro espacio virtual a los trabajos de cada uno de los integrantes, refiriéndose específicamente a las réplicas de esas críticas. Miraba de reojos a Carolina. Después la miraba directamente, sólo a ella, y hablaba como sermoneándola. Ya eran las 11.15 am.
  3. Luego la tensión se centró en la incapacidad de los talleristas para aceptar esas críticas, y más aún, su ineptitud para entenderla, su severo problema hermenéutico. En ese momento los ojos del director se abrían cada vez más, con urgencia, y su lengua se retorcía con el ácido de su saliva para evitar decir todas las cosas que venían a su cabeza, o, más bien, para saber decir de un modo no tan descarnado toda aquella furia que se apoderaba de su mente.
  4. De lo incómodo de la seudo-discusión pasamos rápidamente a las risas, a las conclusiones y al café
  5. Durante el break hablamos cosas interesantísimas, las más interesantes desde que vengo al taller. Pero no puedo hacer más comentarios a este respecto porque esas conversaciones se encuentran técnicamente fuera del horario de taller, son privadas, inviolable derecho que he aprendido a respetar.
  6. El segundo bloque fue sorpresivo. Tres mujeres del taller de adultos vinieron a compartir su experiencia literaria con nosotros. Doña Maria, la crítica Malutae y la poetisa Mariza se sentaron intercaladamente en el círculo. Eran las 12.22 pm.
  7. El director, como de costumbre, ofreció la palabra al grupo. El guante lo recogió Malutae, que comenzó con un improvisado discursillo que podría resumirse en dulces palabras de aliento y gratitud de poder compartir con jóvenes amantes de la literatura. Luego doña María contó brevemente y con la ternura que la caracteriza su vasta experiencia en talleres literarios. La más joven de las tres, Mariza la poetisa, dijo en palabras distintas más o menos lo mismo que las dos oradoras, pero con mayor precisión y agudeza
  8. El director volvió a ofrecer la palabra, y yo con esa innata patudez heredada, pregunté a doña Malutae su opinión respecto a nuestros trabajos. Se acordó de mis microcuentos y me dijo que para empezar estaban bien, pero que les faltaba harto trabajo. ¿trabajo?, ¿qué sabe ella del trabajo arduo tras esas diminutas obras? ¿Cómo puede decir tan sueltamente que les falta trabajo? Por último, que me diga que no le gustaron, que es mala su técnica, pero eso del trabajo me pareció vago, inaceptable, casi absurdo. Mientras pensaba todo lo anterior miraba a doña Malutae con atención y le enrostraba mi madurez a su crítica con una sonrisa fingida.
  9. Luego se comentó el trabajo de Roberto. Las opiniones de las visitantes fueron unánimes. Era tierno, pero simplón. No simple, Simplón. Esa palabrita fue la que hizo que los ojos del autor ardieran, pero diplomáticamente sacó a relucir todos sus méritos como estudiante de español, hablando de dos mil doscientos veintitrés autores -que yo no conocía- y se excusó en que el cuento criticado era el primero que escribía. A su lado Carolina, su partner, apañaba los dichos de su amigo.
  10. Así prosiguió la tertulia cada vez menos amena, trabajo por trabajo. Primero lo bueno, después lo malo, lo nefasto, toda la mierda correspondiente. De inmediato seguía la excusa del autor, defensas corporativas y pequeños debates respecto a si estaba bien o mal dirigida la crítica.
  11. El ambiente caldeado tuvo su respiro gracias a la pregunta que Angie hizo a las visitantes acerca de cual era, según ellas, la receta para lograr un trabajo original. Otra vez se iniciaba un nuevo debate.
  12. Dentro de las opiniones vertidas respecto al como y qué escribir pude percibir dos tendencias notoriamente opuestas. El grupo de los “sensibles” (doña María, Roberto y Fernanda) y el grupo de los “no sensibles” (Ricardo, a veces la Camila y yo). Las dos visitantes no adherían claramente a ningún manifiesto. Las otras talleristas oscilaban entre una y otra postura.
  13. La clasificación que humildemente hago en el párrafo precedente recobra importancia en los hechos que van a exponerse; Doña María, tratando de unir los dos temas más importantes de la tertulia, dijo que lo difícil de una crítica es que ésta ataca indirectamente los sentimientos. Sí, porque esa señora no escribía con la mano, lo hacía, según sus propias palabras, con el estómago. Luego Ricardo y su insolencia propugnaron la doctrina de los “no sensibles” en términos como - “El trabajo que uno hace sólo es eso. Las emociones se abstraen. Si las críticas son negativas, no afectan mis sentimientos. Afectan mi ego” -
  14. Luego de que yo alzara mi voz en apoyo a Ricardo volvimos a lo de los trabajos de cada tallerista. Faltaba por analizarse sólo el de Fernanda y el de Carla.
  15. Respecto al trabajo de Fernanda, el comentario general fue que le sobraban adjetivos y el exceso de líneas gratuitas. Entonces pensé y luego pregunté de un modo sutil, para sellar el triunfo de los “no sensibles”, si acaso los sentimientos de Fernanda eran excesivamente adjetivisados y gratuitos. Lo dije y sentí de inmediato que no lo supe decir. No entendió mis palabras en el sentido que yo las pretendía encaminar y sin asco comenzó a ningunear mis escritos, todos mis escritos, con un lenguaje virulento que parecía excitar al director.
  16. El director trató, aunque por dentro gozaba, de moderar el altercado con un comentario que, lejos de conseguir su objetivo, calentó más el ya tenso ambiente -“Estas opiniones son muy válidas, porque atacan la obra, no al autor”-
  17. La risita de Fernanda, casi tan falsa como la mía, daba término al improvisado debate.
  18. A mi lado Carla. La típicamente tímida Carla. Noté que mordía sus uñas, o los cueritos de sus dedos, mientras Mariza la poetisa, sentada a su derecha, decía que el trabajo “otra cama” le parecía demagogia literaria.
  19. Saltó Angie (físicamente saltó). Dijo que la crítica era infundada. Roberto y la Carola dijeron más o menos lo mismo, casi al mismo tiempo. Fue difícil oír bien.
  20. Mariza la poetisa parecía descontrolada. No. Su boca parecía descontrolada, harta de tanto niñito incriticable, y siguió haciendo mierda el trabajo de Carla. Por cierto que la poetisa ignoraba que la muchacha de su izquierda era Carla, hasta que la oyó decirle - ¡Qué te creís weona! ¡Acaso encuentras algo bueno en los trabajos que hacemos!
  21. Un incómodo silencio de no más de cinco segundos se apoderó de la sala, que se rompió por el mechoneo que la ya no tímida Carla le propinaba a Mariza la poetisa.
  22. Todos nos paramos de las sillas, pero el único que hizo algo por detener la pelea fui yo (porque estaba a su lado). ¡Craso error! Nunca hay que subestimar a una mujer. Menos si es más alta que uno. Menos si está encolerizada. Con una sola mano me empujó tan fuerte que caí como un saco de papas al suelo.
  23. Cuando abrí los ojos pude ver que la trifulca ya era de proporciones. Aproveché para desquitarme de los comentarios de Fernanda y le arrojé certeramente un pedazo de queque en su ojo derecho. Luego sentí como nunca antes un combo que casi desencajó mi mandíbula. Era Roberto gritándome -¡insensible de mierda!-
  24. Volví a abrir los ojos. Puedo recordar de ese vertiginoso momento que Angie, zapato en mano, le daba taconazos a la cabeza del director, quien por entonces, fácticamente, había perdido su condición de tal. También pude ver que un poco más atrás doña María y la ácida Malutae descargaban carterazos y puntapiés contra un rendido Ricardo.
  25. Después de pocos segundos tratando de girar mi cabeza lo conseguí y me encontré con la escena más macabramente chistosa de todas: Roberto mechoneaba a Camila tratando de sacarla de encima de su amiga Carola, quien, no obstante su indefensión, procuraba desde el suelo agredir a su rival con la única arma disponible; Los escupos.
  26. Apenas me incorporé, todavía aturdido, babeado y sangrando un poco, decidí desquitar mi rabia con el único que estaba en peores condiciones que yo, el César, valiéndome de su torpeza para recuperar la postura. Agarré una silla y se la zampé en la espalda gritando la consigna que decía -¡Critícame ahora weón!
  27. Las cosas podían ser peores. Inexplicablemente sentí que me tocaban la espalda. Giré. Con tres ganchos y un derecho me embistió la ex tímida, ahora hábil púgil. Caí al suelo otra vez. Antes de turbarme por completo pude ver como Angie y Fernanda se cacheteaban con reciprocidad, coordinadas musicalmente; una bofetada por cada blanca con punto que medía mi diapasón natural.
  28. Mi toma de conciencia tardó un tiempo que ahora me es imposible determinar con precisión. Sólo noté que el salón parecía un dispensario de guerra, que el maquillaje de Angie estaba todo corrido (salvo por el colorete de su cachete izquierdo) y que una sola de sus uñas sobrevivió a la batalla. La polera de Roberto estaba entre rota y escupida, casualmente, por Carolina, quien parecía perrito dálmata con tantos machucones en su cara (el del ojo era memorable). Doy cuenta además del cigarrillo que doña María fumaba con histeria y que hacía lucir sus labios aún más hinchados, de la torta en el pelo de Fernanda y de los rasguños en su pómulo izquierdo. Doña Malutae era la más ilesa. Un pequeño moretón casi imperceptible comenzaba a asomar desde su pera. La pobre Camila trataba de ahogar el llanto, mientras colgaban varios mocos de su nariz rota. Ricardo estaba de guata al suelo, así que no pude constatar sus lesiones. A Mariza la poetisa le faltaban varios mechones de pelo y un diente. Reía nerviosa mientras me miraba. Los nudillos hinchados y el sweater ensangrentado fueron la facha más rara que he visto en la nuevamente tímida Carla. Yo no se como estaba, pero apenas podía hablar y los pómulos me dolían de la puta madre.
  29. El reestablecido director, mientras arrojaba chorros de sangre al suelo y trataba inútilmente de arreglar sus lentes rotos, dijo que nos veríamos el sábado entrante y que ojalá que en esta sesión hallamos aprendido a aceptar las críticas de nuestros pares. Era ya la 1.25 pm.

Archívese, comuníquese

Francisco Parra N.

Secretario de actas

Taller escritores jóvenes

lunes, 19 de noviembre de 2007

FRANCISCO PARRA

El deudor

Yo le debía dos millones al viejo Lituma. El prestaba plata al 10 por ciento. Por supuesto que era ilegal. Pero yo consiente de aquello igual fui su último cliente. El último porque el viejo Lituma murió hace dos meses. Era sólo. No tenía hijos, ni mujer, ni ascendencia. Dicen que para dedicarse con éxito a ese tipo de negocios había que ser sólo, ya que con el tipo de gente que se trata en ese ambiente se pone en riesgo la integridad de los parientes. De hecho al viejo le mataron dos perros en venganza.

Tocaron mi puerta por primera vez en años hace dos días. El hombre que me buscaba no vio el timbre. Me dijo que era el brazo derecho del viejo Lituma, su primo y además el sucesor de todos sus bienes. Me dio una semana como plazo para pagar la deuda y de paso aprovechó de amenazarme con la muerte de mi mujer, de mis hijos, con quemar la casa, el auto y todo lo que tengo, uno por cada día de mora.

Pensé en pedir ayuda a mi abuelo, porque a mi padre nunca lo conocí y mi madre era pobre. Además el abuelo siempre tenía una respuesta para todo. Si te dolían los oídos debían meterte un cucurucho de papel de diario en la oreja respectiva y prender fuego en la contrapunta. Si un hijo salía medio maricón había que patearlo hasta que se le pasara. La resaca después de una borrachera se quitaba con un corto del mismo licor causante del malestar “hay que mejorarse con lo mismo” solía decir. Pero el abuelo no era una opción. Ya había muerto.

Fui donde un amigo abogado y me dijo que podía denunciar al sujeto por los delitos de amenaza y usura. Incluso hasta asociación ilícita. Terminó su discurso charlatán aconsejándome reflexionar acerca de las represalias que podría ocasionar una posible demanda, agregando que el tenía demasiado trabajo para tomar mi caso.

Así pasaban rápidamente los días y la solución no llegaba. No podía pedir créditos bancarios, ya que todavía estaba pagando el auto. La casa era arrendada. Me olvidé de una posible hipoteca.

Lo más lógico era robar un negocio. Quizás el de la esquina. Pero con suerte recaudaría una décima parte de la deuda que necesitaba cubrir y robar diez negocios era arriesgado. Muy arriesgado.

Vi en la tele un reportaje de hombres prostitutos que ganaban mucho dinero. La idea duró hasta que me mire en el espejo.

Era fines de Noviembre. Mi mente criminal para algunos, enajenada para otros y meramente instrumental para mí, me llevó a concluir que lo más óptimo era robar un banco, aprovechando que era época de teletón y que la gente repletaba de dinero cada sucursal. Además podía hacerlo de noche. A las tres de la mañana fui al local del centro, pistola en un bolsillo y en el otro un pasamontañas. Me fumé tres cigarros antes de decidirme definitivamente a atracar el establecimiento. Caminé hacia la entrada y un foco hipnotizante me embistió. De la nada apareció un hombre de voz radiofónica y me puso un micrófono para que saludara a mi familia y diera algún mensaje que motivara a los papás a ir al banco. Pensé en que estaba completamente cagado, en que el hombre que me entrevistaba era un machista de mierda y en que no se me fuera a notar el arma de mi bolsillo. Las cámaras me acompañaron hasta una caja a depositar mis últimas dos lucas. Me fui a casa con globos, escarapelas y sin un peso.

El día llegó. Iba a enfrentarme al usurero. El o yo y mi pistola. Las consecuencias no importaban. Tocaron la puerta. Era el hombre vestido con traje de gángster. Antes de que dijera nada le disparé. Cayó al suelo y un librito se desprendió de su mano derecha y me dijo “Esta es mi redención hermano. Aleluya al señor Jesucristo. Perdone por todo hermano. ¡Aleluya, aleluya, aleluya!

Fin

sábado, 17 de noviembre de 2007

Escrito por:Francis Jiménez, Estudiante de periodismo, UDEC.

TALLER LITERARIO EN LA FUNDACIÓN TRABAJO PARA UN HERMANO

En busca de la literatura perdida


La Fundación Trabajo Para Un Hermano, cumple labores que trascienden los límites de posibilidades como la capacitación, la venta de productos en la comercializadora, y abrir las puertas a miembros de un mundo mas marginado y alternativo. Efectivamente, esta Organización No Gubernamental se extiende en un mar de posibilidades capaces de acoger los talentos en diversos ámbitos.

Las letras, como reflejo de los sentimientos ocultos de los hombres, también son bienvenidas. Existen dos talleres que se enfocan en la producción e interpretación de escritos, bajo la supervisión de Cesar Adolfo Valdebenito poeta, escritor y ensayista. Uno dedicado a los jóvenes que se destacaron sobre el resto con sus obras, al decidir poner a prueba su lucidez, en el concurso literario convocado por la institución en agosto del presente, su día de encuentro es el sábado. El otro que existe desde el 2004,y se reúne los martes. .

Este último cuenta con número reducido de participantes. Analizan los ritmos y melodías de las obras de sus compañeros, fomentan la utilización del diccionario, reconocen las cacofonías en los relatos, aconsejan al autor, basándose en la percepción colectiva. “Se cometen errores de forma, de fondo, cuando están buscando un estilo o una manera de expresarse, equivocaciones que es necesario corregir”, comenta el maestro.

Estos espacios no son habituales, en el resto del país instancias como la descrita parecen una utopía. No se dan distinciones ni tratos diferentes por motivo de la edad u ocupación, pues todos pueden estar a un mismo nivel en posición de reconocer nuevos contenidos destinados para cada sesión,

El humor, las anécdotas, las ironías se sitúan como elementos esenciales de desenvolvimiento entre los presentes. Se manifiestan en la atmósfera aires de hermandad, comprensión, empatía y complejidad, con entusiasta disposición frente a los nuevos conocimientos. No sólo es necesario saber palpar el significado del texto, sino además identificar la correcta utilización de formas, técnicas e ideas correctamente hiladas. El acertijo consiste de dilucidar lo que el poeta pretende confesar al mundo.

Gracias a las posibilidades, los individuos desarrollan y pulen sus habilidades de comunicación social, respecto a sus sentimientos ocultos en lo más profundo de su ser. Aprender a pronunciar lo que se piensa en la sociedad, no es un camino fácil. El guía de la instancia, Valdebenito, se convierte en el mediador de los potenciales artistas con sus emociones e inconscientes. El crecimiento personal es notable.

Los gritos de la comunidad de mortales claman por oportunidades semejantes. Quizás sea la solución antes la falta de lectura en los chilenos. Sentir un libro como una herramienta y aliado de tertulias e insomnio, en lugar de encasillarse en pasatiempos que poco ayudan a su superación y valentía. Comprender el universo sumergido en la mirada de otro individuo que en algún momento pasó por los mismos problemas y cuestionamientos, puede orientar en la creación del slogan de la batalla con la propia vida y los obstáculos, que surgen como malezas entre las hermosas flores de primavera.
ver sus creaciones en http://tallerliterarioedenylujuria2007.blogspot.com/ y http://www.tallerescritoresjovenes.blogspot.com/


Publicada el jueves, 15 de noviembre de 2007

lunes, 12 de noviembre de 2007

Antonieta Adams

Traición

Las mismas viejas imágenes una y otra vez. Las pupilas se ahogaban en recuerdos que comenzaron por ser dolorosos.

Cuando las borrosas visiones solían parecer utopías robadas a un soñador paranoico, permitieron que la soledad hiciera su entrada triunfal al corazón. Cruel -como siempre. Fría -como sólo ella sabe.

La soledad -que acompaña sólo a quienes la llaman- se apiadó de él, e intentó hacerle entender que la muerte no da pie atrás por no ver llanto, sufrimiento, o por no verlo tragar saliva amarga cada mañana, sabor a vaciedad.

(Silencio…)

Y apareció el odio bajo la piel dibujando venas a punto de estallar, anhelante de olvido, llenas de preguntas.

(Y de culpa).

Y apareció escondido en los suspiros el eco de las noches con la hermosa doncella…

(Y la nostalgia).

-.-

Las mismas viejas imágenes una y otra vez. Las pupilas se ahogaban en recuerdos que ahora, desgastados y desteñidos, se limitaban a espolvorear rencor.

Volvieron los recuerdos de la crueldad escondida en la inocencia acariciando el dolor y del amor primeramente idealizado, obsesivo; luego manchado, sucio, deshonesto.

Volvió el miedo, la vergüenza, la sensación de estupidez; y en la lengua, sus sonidos amenazadores… No quería esas emociones para siempre.

Reemplazó un sentimiento por otro.

(Satisfacción).

Los besos, a medida que pasaba el tiempo, tenían sabor a cicatrices que estaban infectadas con amor. Después las moscas, después la nada.

Mientras se esfuma la imagen de la doncella que se desvanecía entre vaporosas caricias y un suspiro, el rencor se volvía doloroso y desaparecía en la oscuridad.

(Silencio...)

El odio se tranquilizaba.

La soledad no se había ido, rondaba cerca…

(La culpa –algunas veces- es un mal necesario).


domingo, 11 de noviembre de 2007

ROBERTO GARAY

I

¡No llores más atormentada virgen! En este mundo no quedan flores para cerrar tu himen.

Ya no se prenden velas que mengüen la herida entre tus piernas.

Arrodíllate y pide una a quiénes interesados las traían.

Si tu canto de sal no se escucha.

Vuelve a abrir tus piernas.






“N”

Uno.

Algo sale.

Tres es amenazante.

Cinco destas ya no escriben.

MEJOR OLVIDO LA PEDAGOGIA DELAS LETRAS.

T. Barish.

viernes, 9 de noviembre de 2007

MARÍA FERNANDA

“Escarlata”

Fue una mañana llena de luz y de brisa helada de primavera. Su pieza estaba paralizada en el silencio de los días laborales. Sonó el despertador rompiéndose el cuadro estático imperante. Abrió sus ojos y tomó conciencia del nuevo día. 7:05. Abrió su cama, se levantó y con los ojos semiabiertos encendió el televisor.

Se sintió cansado por el trabajo de los meses anteriores. Se sentó es su cama y bostezó largamente, sintiendo el placer único del despertar. Se puso de pie y caminó hacia el closet ubicado a un costado de la pieza. Abrió las puertas. Se mantuvo inmóvil eligiendo la ropa que vestiría. Sacó del armario las prendas escogidas, dejándolas sobre la cama, a un costado de las toallas que usó aquel día. Caminó hacia la cocina por el largo pasillo alfombrado. Tomó un fósforo. Corrió la manilla del calefont y lo encendió. Se devolvió por el pasillo. Entró en su cuarto y recogió en un solo paquete sus ropas y toallas. Caminó hacia al baño por el pasillo opuesto. Penetró en él, dejó en el suelo embaldosado lo que traía en las manos y se desvistió. Se miró al espejo. Indefenso y vulnerable, pensó en su vida, en su existencia, en su destino. Totalmente desnudo ingresó en la ducha y cerró la cortina. Dio vueltas a la llave y cayó el agua transparente con toda su potencia. Su cuerpo se cubrió completamente de agua y vapor. Cerró sus ojos y pensó. Pensó en el trabajo que le esperaba. Pensó en su mujer. –Aún debe estar durmiendo- se dijo. Pensó en el daño que le había causado, pensó en su dolor. El sonido de las bisagras interrumpió sus meditaciones. Abrió sus ojos y esperó atento. Estupideces. Cerró sus ojos. Pensó en lo que haría durante el día. Sintió la presencia de alguien más. Una brisa externa cortó las masas de agua suspendidas en el espacio. La puerta se cerró de golpe. Abrió nuevamente sus ojos, asustado. Se corrió la cortina del baño. Una mujer estaba de pie frente a él. Traía en su dedo un viejo anillo conocido, olvidado. Lo miró a los ojos. Él, impávido y resignado, reconoció la rabia y el dolor encarnados en los rayos de su mirada. El agua continuó fluyendo con un color rojo escarlata.

Había tomado una ducha. Le falto poco para terminarla. En ese momento habría cortado el agua, dando vueltas a la llave. Luego, se habría vestido con la ropa que había elegido momentos atrás. Caminando, se habría dirigido a su pieza, y luego de apagar el televisor habría tomado sus llaves, su abrigo y su bolso de trabajo. Antes de atravesar el umbral, se habría detenido frente al espejo cerciorándose de su buen aspecto. Habría caminado por el pasillo alfombrado y, al entrar en la cocina, habría apagado el calefont cerrando la válvula del gas. Hubiese pensado: ¿No se me olvida nada? ¿El gas, el agua, las ventanas? Hubiese salido de su departamento cerrando la puerta principal con llave. En seguida, habría caminado por el pasillo del edificio, habría bajado las escaleras y ya en el primer piso, se habría dirigido al estacionamiento. Buscaría su auto con la mirada, entraría en él y lo haría andar. Habría conducido por el camino habitual, desviándose sólo unas cuadras antes de su oficina. Esa mañana en el baño lo había planeado. En un par de minutos divisaría su antigua casa donde ahora sólo vivía su mujer. Se hubiese estacionado frente a la fachada. Hubiese tocado la puerta. Ella lo habría recibido con los ojos semiabiertos y con un anillo viejo en su dedo. Él, con los ojos mirando al suelo, le hubiese dicho: “perdón”

miércoles, 7 de noviembre de 2007

CAMILA VARAS B.

Copas

Debo admitir

Hallaste

Mi talón de Aquiles

Me engañas

Disfrutas arrancando mi cabello

Como Dalila a Sansón

Bebo encantado

Mi trago

Mientras fumando

Redescubro

El ocaso

Sangre de rata tibia al anochecer.



Conmutatividad

Tú abajo, yo arriba

O viceversa

En misionero

O 69

En la escalera o pared

Da igual

La guagua es la misma

La posición de los cuerpos

No altera el producto

martes, 6 de noviembre de 2007

ANTONIETA ADAMS

Amaneceres

Despertó exaltada. Había estado perdida en un sueño profundo. Respiró con alivio un momento cerrando los ojos otra vez y cuando volvió en sí deslizó su gris mirada por la habitación hasta encontrarse con el reloj. Marcaba las 7:23 a.m., era tarde. Las nubes del cielo impidieron que su reloj biológico se activara como correspondía en repuesta a los rayos de sol que entraban a diario, atravesando tímidamente las cortinas púrpuras para terminar besando el espejo que cada mañana esperaba impaciente y nervioso la aparición de la silueta femenina frente a él, para ver si esta vez podría darle alguna señal de advertencia.

“¡7:23!”, murmuró abriendo sus verdes ojos asustados y se levantó inmediatamente. Buscó su ropa, una toalla, sus zapatos, su estuche de maquillaje: En 15 minutos estaría lista.

Antes de salir de su habitación se detuvo frente al espejo un segundo observando su reflejo con inquietud, algo no le parecía. Algo debía recordar. Qué más, qué falta: No faltaba nada. Qué estás dejando en el olvido, se preguntó. Siguió caminando en dirección al baño. El apuro no le permitía escudriñar su mente más allá de las sensaciones rebeldes.

Se duchó de manera mecánica y de igual manera se vistió, se arregló el pelo, se maquilló y se puso el par de aros que le traía suerte. Tomó sus llaves.

Aquel era un día importante, pero el ambiente era confuso; no tenía aires de ser uno bueno. Algo entorpecía ese sentimiento innato de que las cosas saldrían bien. Sugestión, sí, lo más probable.

Se vistió para la ocasión: Una falda negra lo suficientemente corta para no ser pasada por alto pero lo suficientemente larga para dejar volar la imaginación, pantys, zapatos de taco alto, una blusa que la hacía ver más estilizada y un largo abrigo también negro. Hubiese querido no llevarlo, pero la neblina presagiaba un frío panorama. Al respirar se sentía cómo el aire helado penetraba en las fosas nasales de esa manera tan molestosa para quienes no disfrutan de las primeras heladas de Julio.

Salió de su casa. La calle esperaba desesperantemente solitaria. Parecía que el tiempo se había congelado y era ella la única a la que no se le había avisado al respecto. Titubeó antes de cerrar la puerta, cerró los ojos. Se llevó la mano izquierda al rostro con la seguridad de encontrar narcóticos calmantes en las yemas de sus dedos, murmuró una oración y luego se aventuró en un nuevo día en el que nada parecía encajar. El sabor del aire, el frío: La mañana completa estaba hecha de pedazos de otras mañanas unidas que difícilmente podrían haber sido partes de días de una sola estación del año. Tenía mucho de otoño, invierno, primavera y verano escondido detrás de cada destello de sol ausente, de cada hoja que bailaba en cámara lenta movida por un viento amargo, pincelado de café con crema y sin azúcar.

El eco de los tacos interrumpió la armonía abstracta de la mañana dadaísta. El silencio secuestraba su sonido llevándoselo hacia el cielo grisáceo para que no entorpeciera la extraña armonía de tal maravilloso paisaje. Fascinada, la dueña de los pasos no notaba que no estaba invitada a ser parte de él.

Al silencio comenzó a incomodarle la situación y no esperó para hacerlo notorio. Su rencor comenzó a inundar las calles, las veredas, árboles y cada pedazo de ciudad erguida hasta alcanzarla. Cuando lo hizo, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sintió que la observaban. Nunca su destino había estado tan lejos, pese a que la distancia era la misma. Apretó los puños nerviosa y apresuró la marcha. El silencio no pudo tolerar lo que para él era un atrevimiento, pues el sonido de los tacos se volvió más denso. Al rencor regado por doquier se le sumó la ira que lentamente iba pintando el cielo de rojo. Partió coloreando desde la superficie un delicado rubor a cada cosa que se le cruzaba, y conforme se iba elevando, el matiz se ensombrecía sutilmente. Qué sucede, qué está pasando… La piel erizada, los latidos del no bienvenido corazón aumentaban y la ira comenzó a amenazarla. Respira, respira profundo, ya, ya falta poco. Dobló hacia la izquierda en un pasaje por el cual nunca había caminado antes intentando escapar, aunque no podía y lo sabía. Las ondas sonoras repercutían más fuerte entre las murallas de los viejos edificios porque estaban llenos de sonidos nocturnos de más de mil noches y no había espacio para pasos mañaneros.

El cielo rojo de ira comenzó a desteñirse con la misma lentitud con la que fue pintado y terminó con la entrada triunfal del odio que ennegreció el paisaje completamente en un par de segundos. Con la ayuda del frío se condensó y tomó la forma de una enorme sombra humana. El viento le ayudó a moldearlo y a trasladarlo, el molesto sonido lo alimentaba. El silencio había enloquecido.

Ella sintió una baja enorme de temperatura. La calle había perdido completamente la amabilidad que tuvo en su comienzo, ella se había perdido completamente. Se percató de que algo la perseguía y se le acercaba rápidamente y sus piernas comenzaron a tiritar. La sensación de no saber qué hacer le hizo derramar un par de lágrimas mudas. Miró de reojo hacia atrás sin voltearse y lo que vio la aterrorizó. Tragó saliva, cerró los ojos acumulando angustia en las pestañas, dobló en la primera esquina a la derecha y se echó a correr lo más fuerte que la adrenalina se lo permitió. El odio del silencio corrió tras ella. Crecía cada vez más. Ya estaba todo perdido, no, no, era inútil seguir intentando escapar. Se estaba dando por vencida. No, ¡déjenme en paz! Al primer suspiro de la resignación, trastabilló y cayó al suelo rendida. El corazón saltaba muerto de miedo con ganas de salir y llorar por cuenta propia. La rencorosa sombra quería hacer justicia, una simple mortal casi extingue el orden único de la mañana perfecta. Y justo cuando estaba a punto de cantar victoria, se oye un grito que fluyó desde el fondo de su pecho, tan sonoro que estremeció al mundo entero. El grito eterno, puro y desgarrador de esta simple mortal hizo llorar de rabia a las nubes, rugir al viento y aturdió al silencio.

De un soplido el viento volteó a su víctima-verdugo para mirarla a la cara y el odio comenzó a ahorcarla. El grito se debilitó lenta y lastimosamente hasta extinguirse. Apagado ya, todo comenzó a tranquilizarse, la lluvia comenzó a hacer su retirada y también el viento. El cielo recuperaba su color incomprensible, la niebla bajó ahora sin miedo. La paz volvía a reinar y todo producto de un silencio celoso e intolerante. Ella observaba los cambios. Mientras las imágenes se tornaban borrosas, la sombra negra empezaba a degradarse y difuminarse junto a todo el resto del paisaje, entendió recién a qué se estaba enfrentando. Comenzó a sentir cosquillas en las piernas y en los brazos, se desvanecía, ya no le quedaban fuerzas. Estaba por dar el último suspiro, miró el paisaje sabiendo que sería lo último que vería, cerró los ojos y sintió que su cuerpo caía y caía en un profundo abismo. Sintió un calor horrendo que se iba intensificando. Aterrizó, dio un salto, abrió los ojos. Despertó exaltada. Había estado perdida en un sueño profundo. Respiró con alivio un momento cerrando los ojos otra vez y cuando volvió en sí deslizó su gris mirada por la habitación hasta encontrarse con el reloj. Marcaba las 7:23 a.m., era tarde. Las nubes del cielo impidieron que su reloj biológico se activara como correspondía en repuesta a los rayos de sol que entraban a diario, atravesando tímidamente las cortinas púrpuras para terminar besando el espejo que cada mañana esperaba impaciente y nervioso la aparición de la silueta femenina frente a él, para ver si esta vez podría darle alguna señal de advertencia…

CAMILA RIQUELME

SIN TÍTULO

Los anteojos verdi-naranja tornasolados sobre la mesita de noche reflejan la circunstancia, matizan el asco en la comisura de los labios, una mueca rizada. Oblicuan un tanto la escenografía y a la debutante con sus pelos puntiagudos, eléctrica, siniestra, estática, colapsada, que intenta canalizar las ansias. Cada pieza, de un cuerpo frío y compacto, se tensa en la oleada de recuerdos recientemente procesados, aliñados y condimentados. Los dedos de su mano derecha tamborilean al compás de los murmullos rumiados entre soplidos a través de sus dientes y se mezclan con el humo del cigarrillo.

No, no es una niña, tampoco una mujer, vacila entre seducción y desafío, se conmueve pensando en sí misma como un error del destino, el de alguien más.
Las decisiones no son su fuerte, pero están ahí golpeando a su puerta, ofreciendo tentativa, la una o la otra, las recibe con cautela, las hace pasar, té con galletas, ¿tres de azúcar?, las invita a conversar quizás podrían llegar a algún acuerdo, el gris no es mal color para los que despiertan en zona costera.
No ha escogido a ninguna, esta tarde no desea compañía, no una más, fue echada a patadas por las manecillas del reloj, la hora apremiaba, de nada valieron protestas u objeciones. El camino era uno solo y del umbral hacia fuera. Paraguas en mano, uno, dos y tres, cuatro cinco seis, el semáforo la invitaba cordialmente a seguir el rumbo, nada, nada se lo impediría, mira con cautela por sobre el sombreado de las gafas y luego esconde su nariz en el impermeable, las manos a los bolsillos, camina dejando a tras el clip clap de los taconazos en el cemento, veloz, para alcanzar el poco de valentía que se le esconde, cinco cuadras más, solo cinco cuadras más, pero no puede, una duda clava su pose, acentúa la gravedad, se detiene, pero no es momento de revelaciones, ni de tolerar encaprichamientos del subconsciente porque el episodio de esta tarde ya fue decidido, así que sin siquiera desearlo los árboles, coches, edificios, tiendas, carritos de maní, postes de luz, alguno que otro perro vago, señales de transito y peatones varios que forman parte del montaje en derredor suben sus faldas y rápidamente comienzan a avanzar.

Después del remolino manipulador de azares separa los párpados apretados y encuentra su figura, frente a frente como la ha visto por cientos de días, alta, meditabunda, imponente, su silueta curva, prominente, y la mirada extraviada a propósito procurando conservar la tensión hasta el último segundo, simula no verla, simulan no verse. Se acercan con prudencia y los corazones a vivo galope, la tensión endurece la musculatura de sus piernas y resquebraja sus caretas por un segundo, por fin se deciden a dar el único paso faltante, en él han decidido hasta el último segundo de sus vidas. Malditas, infernales, sórdidas, obscenas, lúgubres, groseras, desafiantes, turbias parias de la sociedad. Sin más que pensar estrechan sus labios y se saludan con el abrazo propio de quienes no se han visto por mucho tiempo...aunque este no fuera el caso. . .

lunes, 5 de noviembre de 2007

CAMILA VARAS B.

Del Aire

Jamás jamás de otra que tú

Y yo solo solo solo como la

Hiedra marchita de los jardines de

Arrabales, solo como

El vidrio

Y tú jamás de otra que tú.

Robert Desnos


Pronuncio estas palabras como si salieran de la tierra

No las elijo, sólo las atrapo con los ojos cerrados

Acuden a mi boca y bebo su pasión

Dejándolas nadar a un oasis ermitaño

Y escucho mis pasos marchitarse en tu mejilla

Veo mi aliento derramado en tu cuello

Gritan mis dedos: ¿dónde estás niña fatal?

Y al responder tu ausencia

Al viento quemo con toda mi sangre

¡Ubi sunt, ubi sunt, Deleira!

Vuelve a ser el octubre que improvisamos danzando

Con la tentación mezclándose a otros tragos

Llevados al éxtasis arrepentido de llover.

Pero al palparte eres del aire

Me dejaste desnudo en mitad del viaje

Imposible amar una sombra creyéndola un objeto de placer





Y recostado al lado de tu recuerdo sólo una cosa puedo decirte:

Carpe diem, amiga mía. Carpe diem en esta noche fría.

Escribo estas palabras empapadas de agua y fuego

Observo las estrellas como telar creado por manos obreras

Asciendo de la sima en que me olvidaste, desgraciada,

En mi entorno sólo polvo que escupen cipreses

Aahh, si conocieras la poesía, Deleira,

Cuando te abraza y penetra con sus espadas de doble filo

No hay sensación comparable a cuando extiendes tus manos

Y encuentras un verso naciendo en el vientre del lenguaje

Sangriento y libre como ser humano parido en medio de la naturaleza

Loable y místico como la esencia del espíritu y la palabra

¡Hazte mujer Deleira!

Y da a luz un hijo que sea fruto

De mi lengua arañándote el ombligo.

Y es cíclico el Destino.

Carpe diem, amiga mía. Carpe diem en esta noche fría

Sólo vuelve a ser palabra

Que arranque mis ojos en cada muerte pasada.

sábado, 3 de noviembre de 2007

FRANCISCO JAVIER PARRA

POR UN PAQUETE DE CIGARRILLOS

Para un adicto al cigarrillo y a la lectura, leer sin fumar no tiene magia, hace perder la concentración, no se goza tanto. Pero a la una de la madrugada no había negocio que los vendiera en su cercanía. Sólo podría encontrarlos en un villorrio varias cuadras más adentro. En ese lugar, el camión repartidor de Coca Cola que distribuía la bebida a los boliches, entraba custodiado por dos autos policiales - y eso que lo hacía a las once de la mañana-. Putas había pocas, dos reconocidas y una sospechada. En la mayoría de las casas vendían marihuana, aunque en algunas también pasta base Las gentes no tenían nombres, ni de niños, como preparando el alias con que la policía los ficharía.
La adicción, siempre más fuerte que la prudencia, lo hizo caminar hacia aquel lugar vestido con sus peores ropas, acompañado de sus llaves y mil pesos. Al adentrarse oyó silbidos y vio grupos de personas en cada esquina. Le ofrecieron de todo, hasta coca. Pensó en probarla, pero sólo tenía el dinero justo para el paquete de cigarrillos. Logró llegar a un negocio cubierto de rejas, en que por una pequeña rendija lo atendió un hombre de aspecto criminal. Pagó y recibió lo ansiado. Luego sintió miedo, un miedo que no tuvo en cuenta cuando caminaba hacia aquel sector, pero que ahora lo invadía. No rezó porque no creía. Evitaba a los grupos de hombres tratando de no demostrar temor y fingiendo un caminar que no le pertenecía. Un tipejo cruzó hasta su vereda y le pidió dinero. Contestó que no tenía, a lo que el sujeto replicó mostrándole un cuchillo en señal de amenaza, interpelándolo a decir la verdad. Le mostró sus bolsillos vacíos, mas el bulto que sobresalía de su chaqueta incitó al hombre a registrarlo. El vicioso lector era corajudo, y tras una pequeña riña, logró huir con el motín, radiante. Como nunca antes sintió esa gozosa sensación de conseguir algo con tanto esfuerzo, de que aquella noche había valido la pena el enfrentarse por primera vez a un delincuente y conseguir la victoria. Se fue caminando por un sendero distinto al que lo había llevado a esos barrios. Caminó y caminó y sintió felicidad. Su madre lo esperaba al final de la calle, seguramente preocupada por su intempestiva salida. La acompañaban sus abuelos y al final destellaba un albor que guiaba su andar. Entonces pensó, después de mucho rato sin pensar, y encontró explicación a esa sensación que lo invadía, a la ausencia de dolor y a las pocas ganas de fumar; El hombre que lo asaltó lo había matado.

RICARDO CISTERNA S.

LA DESCREACIÓN

La eternidad es congelada. Los espíritus corruptos son liberados de sus prisiones, los dolores agónicos de los desastres premeditados vagan borrando el Génesis, las contradicciones de la Biblia son eliminadas. Pensamientos de sexo, holocaustos depravados, imágenes de herejía, tinieblas vivas, toda la Creación sufre el azote en sus filas. Los desencarnados piden más exactitud, los condenados reclaman libertad desde las grandes fauces del Abismo, familias enteras sepultadas. Ancianos solitarios, sombras enfermas, todo y todos escuchan el último mensaje que desde el Primer Trono se ha revelado: Dios se ha dado por vencido, no hay más remedio, la piedra angular caerá hasta los cimientos, borrón sin cuenta nueva es el título.

Unos cuantos rebeldes se agitan invocando el Viejo Orden, otros aún no comprenden nada y optan por seguir un fanatismo desenfrenado, mientras que la mayoría se deja consumir por el sufrimiento y la agonía de no ver otro amanecer. El Apocalipsis duerme tranquilamente, de primera mano lo sabe, no es necesaria su presencia: No hay sellos, no hay ángeles, no hay jinetes, no hay truenos ensordecedores. Santos con más paganismo que creencias se vuelcan furiosos, tratando de repudiar el cataclismo sobre los sacerdotes degenerados en sus propias aberraciones, la Verdadera Fe opta por apagarse, los fieles enloquecen en la tormenta y claman desde el polvo al que los ha abandonado. Los Ascendidos entienden bien el nuevo plan. Cristo, Buda, San Germán, todos se voltean acatando el nuevo mandato, no hay más camino. El último concilio de discordia en los Cielos ha dictado su resolución absoluta: No más manzanas, no más árboles, no más serpientes, no más opciones, ni más desviaciones. De todo nos olvidaremos, el momento ha llegado que del pecho sea arrancada la hiel, nuestros ojos serán vedados, nuestra presencia se borrará, simplemente jamás existimos. Una nueva raza ha de venir, casta, desnuda, inocente, con la pureza que trae consigo el no temer.

La descreación ha comenzado, jamás fue el libre albedrío, el Gran Elohim lo terminó por aceptar al ver pudrirse todo a sus pies, frente a sus propias narices. Los opuestos se unen, se diluyen, se abrazan, se entrelazan en una mezcla tibia, aburrida, sin sabor, sin color. Las banderas son rasgadas, las letras son borradas, los símbolos palidecen, las lenguas se olvidan al cruzar la infranqueable barrera del Logos voluntarioso. Nada de elementos, nada de desarrollo, el agujero negro de Cronos recapitula el sonido de las escaleras renacentistas, los brazos del Abismo devoran la claridad, la Creación comienza a caer como un gran Todo en las garras de la Nada imponente. La idea de intentar evolucionar será poco recordada un segundo más tarde, se perderá inmersa dentro de los lustros eternos. El calor motriz reposa tan inerte como satisfecho después de comer en exceso entre los dedos de una pirámide derrotada y derrumbada. Los Templarios y los resignados guardianes de la humanidad se dan vuelta para irse a dormir en el descanso del Letargo, para tal vez cabalgar más tarde en busca de otra Guerra Santa que los entretenga, escogiendo quizá a alguien más digno a quien proteger.

La gloria de la Edad Victoriana se pierde, las sombras de la Edad Oscura retumban en los fosos de la antigüedad, la Tierra vuelve a ser nombrada por su nombre original: Aradia. El guardián de los Portales del Averno deja escapar a las bestias olvidadas; fuego, horror y pesadilla atormentan al mismo Dissaor. Las runas pierden su antiguo poder, la Torre del Cielo emerge de los posos del olvido y se derrumba junto con la esperanza, los recuerdos del futuro se estancan en el pasado próximo. La bestia que era, no es y será pierde toda su anatema, el Eterno no muestra piedad con los que fueron, la verdadera naturaleza de los Cielos se revela a los ojos de quienes aún pueden ver en medio del caos total, el fuego de los sentidos se apaga por el sufrimiento sin fin. La locura reina, el llanto brota de las almas rasgadas de quienes aún confían en su salvación.

Quién lo iba a pensar, todo fue un experimento macabro donde el dolor fue excelso y dominante, sólo formamos parte de una prueba organizada por aquél de quien nada puede ser pensado. Los Nibelungos bailan sobre las olas de un vals hecho en el Olimpo, Alicia y Dorothy juegan a la soga juntas. Los Garou claman a la luna por la extinción de la raza de sus padres, los Vástagos se reúnen al fin para contemplar la Noche de la Destrucción, masas de almas en pena vagan por la Umbra en la desesperanza del olvido final. Caín regresa de su largo viaje por la Tierra de Nod, mientras su hija Infla reclama la potestad a la que tiene derecho por linaje. Lilita junto a sus hijos exclama triunfante por volver a fornicar con Adán entre las hierbas del Paraíso, mientras Eva se consume lentamente en la costilla del que fue su esposo. El Fuego Desconocido recorre las Siete Puntas del Universo, el último lamento alzado destroza el hilo de cordura de toda Aradia. Las cenizas de Helios se agrupan en el primer elemento de la Tabla, más allá de lo simple. Las mitologías ilógicas recorren la explosión del estallido de la Gran Campanada, hasta hacerla contraerse al punto de suprimirla.

El postrer mandato sigue firme, nada de almas gemelas, nada de seres a medias, nada de Sol o de Luna, el Círculo de la Nada reinará dentro de la Tormenta de lo Desconocido. La absolución total, justa o injusta, se llevará a efecto por el mismo que alguna vez otorgó el albedrío. Las Jerarquías Totales se van acercando paso por paso, peldaño por peldaño hasta el siete,

seis,

cinco,

cuatro,

tres,

dos,

uno…

Cero.

El ser vuelve a la nada.

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Deshágase la Creación y todo volverá a un estado de pureza indómito.

Primero la oscuridad, mucho antes que la luz…