jueves, 3 de enero de 2008

CIERRE PROYECTO CULTURAL TPH

Festival Literario de talleres de

TPH cumplió con las expectativas

El evento tuvo como protagonista a exponentes de los talleres literarios “Escritores Jóvenes” y “Edén y Lujuria”, ambos de la fundación, además de la participación de distinguidos escritores de la zona.

La actividad realizada el sábado 29, en el local La Cocina, ubicada en Paicaví 246, significa el fin del ciclo literario patrocinado por la fundación TPH y cada uno de sus talleres. Todo inicio con el proyecto presentado al Fondo del Libro y la Lectura y que tuvo como punto fuerte, el concurso para literatura joven en la Región del Bío-Bío, en septiembre de 2007.

El encargado de organizar el evento fue el taller de Escritores Jóvenes. Pero el Festival Literario contó con la presencia y participación de integrantes del taller Edén y Lujuria y otros escritores ya consolidados.

Durante las dos horas y media que duró el festival; literatura, danza y música tuvieron su espacio en lo que las 27 personas presentes calificaron como una tertulia amena. Incluso el cambio en el programa a última hora, no significó una mayor desorganización del evento puesto que fue clave la ya consolidada comunicación de cada uno de los presentes.

A las 16:30 inicia la actividad con la bienvenida de Camila Varas y Francisco Parra, encargados de la conducción del evento, ambos del taller de jóvenes. Jorge Núñez, poeta de la comuna de Penco, fue el encargado de realizar la charla con el eje central de la palabra, donde el escritor realiza una extensa revisión de la importancia de la palabra para el hombre tanto en el aspecto social, racional y religioso.

“Es gratificante para personas de mi edad, compartir ésta jornada con jóvenes talentosos, con todo un potencial literario por explotar” dijo Jorge Núñez, frente a los trabajos expuestos, dando hincapié en la calidad de cada uno de ellos.

Las presentaciones musicales, estuvieron a cargo de Francisco Parra y Jorge Reyes, guitarra y voz respectivamente. Más tarde fue el turno de Diego Gálvez, quien realizó un espectáculo que fusionó danza y música. “Considero que estas iniciativas son atractivas para personas de mi edad, además de entregarnos espacios para poder expresarnos, sin importar la distintas generaciones del público” agregó Gálvez.

19:00 horas y la ceremonia llega a su fin, los presentes se van satisfechos por la jornada. Comprometidos además, para continuar con las actividades literarias para marzo de 2008, pero ya no se menciona el funcionamiento de dos talleres, sino de un taller único que según palabras de Cesar Valdebenito, director de ambos espacios culturales y el gran ausente en el festival del sábado 29, se complementaran la potencialidad de los jóvenes con la voluntas de las personas adultas.

Origen: Edén y Lujuria

El punto de inicio para ambos talleres se remonta cuando Yesica Venega, coordinadora de talleres literarios de TPH, envía un proyecto al fondo del Libro y la Lectura. Proyecto en el cual, se busca otorgar espacios al desarrollo cultural, literario principalmente, en la región. Finalmente se logró su financiamiento.

Como fundación, en TPH está presente el tema de ponderar espacios al incluir capacitación para adultos y micro-emprendedores, así como entregar apoyo a la empleabilidad independiente. Las proyecciones estaban por muy debajo de los resultados finales, los cuales de manera satisfactoria las superaron finalmente.

María Fierro, posee vínculos desde 2001 con la casa central de Trabajo Para un Hermano (TPH) en la octava región. Motivada, al igual que muchas mujeres, en buscar de espacios de expresión. En la actualidad se desempeña tanto en el taller Edén y Lujuria, como encargada de la logística en la sede ubicada en Juan de Dios Rivera 1364, Barrio Norte.

Su vinculación con la literatura se remonta al año 2000, cuando recibió una invitación para participar en el concurso Historia de Patos Buenos, que tenía como principal intención escribir de temas constructivos referentes a la comunidad, frente a un creciente periodismo que analiza las noticias con un enfoque negativo.

“Participé con el escrito 20 historias y un sueño, quedando seleccionada entre las veinte mejores. Fue Yesica Venega quien me motivó a que me integrara y participara de actividades literarias de TPH, dirigidas a mujeres adultas” comentó.

Con el pasar del tiempo, se consolidó lo que hoy se conoce como Taller Literario Edén y Lujuria. Como una iniciativa para insertar la cultura en Barrio Norte, sector en donde vive la mayoría de las integrantes.

Inicios: Escritores Jóvenes

En su primera instancia el Taller de Escritores Jóvenes se formó a partir de los ganadores y menciones honrosas del concurso de septiembre, a quienes se les invitó participar de manera activa en la realización de un taller gratuito los sábados de 11:00 a 13:00 horas. Con el pasar del tiempo el grupo se redujo, pero no significó una desmotivación para quienes continúan siendo miembros.

“La parte fuerte del proyecto es la realización de un concurso literario que incluía a niños y jóvenes de la región, del cual a mi me correspondió la difusión de dicho concurso en otras provincias contactándome e incentivando la participación en liceos y colegios” recalca María Fierro, indicando además que fueron más de 200 textos que concursaron, superando toda expectativa de los organizadores.

“De todos los proyectos que se adjudicó la fundación el 2007, en términos literarios, éste fue el más potente” agregó. Por lo cual, no se descarta la posibilidad de un llamado a un nuevo concurso.

Ricardo Cisterna, miembro del taller literario Escritores Jóvenes comenta que esta experiencia resultó agradable y no duda en poder participar el 2008. “Ya se ha logrado un gran lazo de amistad entre los participantes, si bien empezamos 16, ganadores y menciones honrosas del concurso, en la actualidad somos ocho, que cada sábado nos reunimos y compartimos nuestros trabajos”.

El actual alumno de Ingeniería Civil Informática en la Universidad de Concepción, declara haber sido un buen lector a temprana edad, como es el caso de la mayoría de los participantes del taller, quien ya a los catorce años comenzó de lleno en la literatura

Participó en el concurso, al enterarse de éste en el liceo, obteniendo una mención honrosa y la invitación a participar en el taller gratuitamente. “He intentado antes participar en algún taller, pero el factor tiempo y los recursos no me lo permitían” concluyó.


Comunidad virtual

Otra parte del proyecto fue generar encuentros cara a cara con escritores ya consolidados. Comenzando con aquellos que fueron jurados del concurso. El objetivo fue crear una comunidad virtual de escritores que incluya ambos talleres, el jurado del concurso Literatura Joven en la región del Bio-Bio y escritores invitados, para un crecimiento y desarrollo en conjunto.

“Los chicos tienen un blog, al igual que los adultos” comenta María Fierro. “Pero, en lo personal, complica participar en estas nuevas tecnologías… no digo que no sean efectivas para darnos a conocer lo que hacemos y quienes somos, como una propuesta cultural, sólo me refiero la siempre significativa brecha generacional” concluyó.

La idea de los blog es una forma para mantener el seguimiento y ver como se va evolucionando, por medio de comentarios y críticas entre ambos talleres. A su vez entrega mayor participación a cualquiera que llegué a ingresar tanto a la dirección del taller de Escritores Jóvenes http://tallerescritoresjovenes.blogspot.com, como al blog del taller literario de adultos: http://tallerliterarioedenylujuria2007.blogspot.com.

Pero como ya fue mencionado, de boca de María Fierro, se aprecia como las intenciones de César Valdebenito, director de ambos talleres literarios de TPH, pretende consolidar para 2008, un único taller, donde jóvenes y adultos tengan la oportunidad de participar y puedan hacer críticas. Esto entregaría a esta comunidad de escritores virtuales un espacio físico donde poder seguir desarrollando los lazos literarios.

Por Jorge R. Reyes Núñez

Alumno de Periodismo

Universidad de Concepción

Concepción- Chile

lunes, 10 de diciembre de 2007

RICARDO CISTERNAS S.

CASI NEGRO

Hacía frío, pero no le importaba demasiado. Caminaba rápido por la vereda (era su costumbre desde pequeño), la boca apretada al andar, la mirada fija en un horizonte que aún no lograba ver gracias a la espesa niebla que cubría todo. La cortavientos roja que vestía le hacía resaltar, el bolso sonaba seco al chocar con su espalda en cada paso. Tenía su rostro la sabia mirada de un anciano, a pesar de que aún no llegaba a los 50, y estaba en buen estado físico, con sólo un par de arrugas surcando su cara morena. El pelo corto y rebelde no tenía canas.

Caminaba, pensaba. Quizás imaginaba lo que debería hacer al llegar a la oficina, o tal vez recordaba como había jugado con su hijo pequeño la noche anterior. Tal vez imaginaba lo que le quedaba por vivir, o todo lo que había vivido. Lo cierto es que su mirada, siempre al frente, estaba perdida, sumida en el mundo de los recuerdos. Se había vuelto normal para él el estar pensativo. Casi al llegar al paradero de buses, sacó un cigarrillo de uno de los bolsillos de su cortavientos y lo encendió. Escuchó el sonido de las máquinas acercándose. Hizo parar el bus demasiado tarde. Observó como se alejaba mientras comenzaba a fumar.

  • Voy a llegar tarde... – pensó.

El día había pasado rápido. Abrió la puerta de su casa, agotado después de un día de trabajo en la oficina que tenía designada. Entró, dejó el bolso a un lado del sillón y se dirigió a su habitación con aire de cansado. No había comido. Qué más daba. Buscó en el cajón, en el preciado cajón de su cómoda, buscando entre su extensa colección algún CD para relajarse. Encontró uno de Led Zeppelin. Hacía tiempo que no los escuchaba, así que se decidió por ellos. Se recostó con ropa, saboreando cada estrofa del grupo. Inevitablemente, comenzó a pensar, divagando por los recuerdos de la música, que lo llevaba a la gloriosa época de su juventud, cuando había comenzado a coleccionar casettes de música. Por ese entonces usaba el pelo largo, y era un buen estudiante, además de apuesto. Quería ser poeta, o quizás enseñar en alguna escuela un idioma extranjero, y tal vez tocar algún instrumento para distraerse. Esos eran sus sueños. Sin embargo, la necesidad y el dinero le obligaron a estudiar una carrera administrativa, algo que jamás le agradó, pero que terminó por aceptar consolándose con la idea de que más tarde llevaría a cabo sus sueños.

Pero el tiempo corre rápido, dicen algunos, y sin darse cuenta se enamoró correspondidamente, y se fue a vivir con ella. No se casó por el civil, más sí por la iglesia, y tuvieron tres hijos. El primero de ellos, un varón, fue con quien se mostraron más estrictos, como suele suceder. La siguiente, una linda niña morena, fue la que vio como la relación de sus padres comenzaba a deteriorarse. Finalmente, cuando su última hija nació, aquella casa ya no subsistía por el cariño. Peleas, discusiones, gritos, la convivencia se hizo casi insoportable. Finalmente, todo desembocó en que él dejara la casa y a su familia. Se juró a si mismo no volver a cometer el mismo error.

Años pasaron. Seguía viendo a sus hijos, pero lentamente se fue distanciando su relación con ellos. Eso le hacía sufrir. Varias veces perdió la oportunidad de estar con ellos para no encontrarse con su ex pareja, y le dolía más que por culpa de ella no pudiera verles. Comenzó a tener problemas con el colon. Entonces pasó algo que no tenía en sus planes. Conoció una mujer, joven aún, que terminó por enamorarle. Tenía un hijo de otra relación, pero no le importó mucho. Pensó que podría criarlo como si fuera suyo, y al fin decidió darse una nueva oportunidad. Se casó con ella, siempre viendo a sus propios hijos, siempre trabajando, pero ahora feliz. El tiempo siguió pasando, el joven hijastro crecía, recordándole siempre la vieja relación de su esposa con otro, y entonces comenzó a darse cuenta de que quizá fue una mala idea. No quiso pensar en ello...

Se levantó de la cama. Fue al refrigerador, sacó una botella de Coca-Cola y se sirvió. La música resonaba en las paredes, le llegaba desde todos lados. Era una de sus canciones favoritas, “Escalera al Cielo”. Cerró los ojos, siguió pensando. Recordó que, cuando ya se habían mudado a la casa que ocupaban actualmente, en una tarde en la que escuchaba esta misma canción, le visitó su hija, la de en medio. El la recibió feliz, hacía tiempo que no le visitaba. Vino con su novio. Tomaron once tranquilos, todos juntos, conversando de nimiedades animadamente. Fue en esa ocasión en la que ella, su hija, le dijo que estaba embarazada. Se le cayó el mundo, nunca volvió a ser igual con ella, ni con nadie. Algunos años después, quizá dos o tres, su hija menor repetía la misma frase. Y para colmo, el mayor, al único al que le tenía esperanza ya, dejó la universidad sin terminar la carrera. La relación con su nueva pareja se deterioraba, gracias a su hijo que sin querer le hacía sentir cada vez peor. Según su opinión, no era capaz de hacer nada por ayudar en la casa, y para colmo su madre lo defendía. Sentía su hijastro no merecía tener todo lo que tenía, no se lo ganaba. Por eso comenzaron las discusiones. Quizá era envidia, ni siquiera él lo sabía.

Fue por aquel tiempo en el que, en secreto, se encerraba en el baño, usando como pantalla dolores en el colon y problemas renales. Allí lloraba, lloraba amargamente. Lloraba por no cumplir sus sueños, lloraba por sus hijos. Lloraba porque su vida nuevamente se iba a la mierda, porque otra vez se había equivocado al elegir, porque nada le resultaba bien. Entonces decidió que si la vida le daba la espalda, el también se la daría a ella. Adoptó una pose prepotente, y comenzó a juntarse con amigotes en el trabajo. Salían a beber y a fumar, cosas que había dejado hacía un par de décadas atrás. Quizá pensaba que eso no era para alguien de 45 años, pero qué importaba, la vida era una y no se le iba a ir sin aprovecharla.

Bebió el último sorbo del vaso, se preparó rápido un pan con mantequilla y volvió a la pieza. Se sacó los zapatos y se recostó en la cama. Bajó el volumen a la música, sólo quería dormir. Y durmió. Despertó de pronto, sobresaltado. Miró la hora. Sólo había dormido veinte minutos. Miró la foto de su último hijo, el que tuvo con ella. Una sonrisa se dibujó en su rostro cansado, y una lágrima resbaló por su mejilla. ¿Cuándo se había vuelto en lo que era? ¿Cuándo había dejado de ser el simpático joven de veinte años para abrazar esa naturaleza hostil y amargada? Sí, él se había amargado la vida solo, había fracasado en sus proyectos muchas veces, y lo sabía muy bien. Cuando se dio cuenta de ello, dejó de juntarse con sus amigotes, dejó de lado la prepotencia adquirida casi a la fuerza. Pero era tarde ya, su esposa le había demandado por malos tratos dentro de la familia. Seguía viviendo con él, pero ya no era lo mismo. Tampoco se hablaba con su hijastro, ni siquiera para saludarse. Se daba lástima a sí mismo. Todo lo que le quedaba de amor lo volcaba sobre su hijito, el menor, el único que le escuchaba, que le abrazaba con verdadero sentimiento, el único que le hacía feliz de verdad. Y cuando él no estaba, era la música la que le acompañaba, recordándole lo que había sido hace tiempo, lo que nunca volvería a ser.

Tocaron la puerta, y tras ella sintió la sonora risa de su hijo. Casi corrió a abrir, con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Cuando al fin le vio, le abrazó fuerte y lo tomó en sus brazos, saludando con inesperado ánimo a su esposa. Miró por la ventana, sus ojos tristes brillaban:

  • Cuantos como yo, - se preguntó a sí mismo - cuantos como yo...

domingo, 25 de noviembre de 2007

CAROLINA ESCOBAR

Manifiesto.

En blanco, tan de blanco

Se viste y luego

Me desviste

Y me atropella

Y me acaricia

Me desafía a que la use

Y le vomite

Le vomite en su pureza, eyacule en su blancura

Porque no hay guiones ni paréntesis

No hay prólogos.

No hay siquiera una certeza

Que me mueva

Me despierte

Me pervierta

Poquito a

Po

Co

poquitoa-MUCHO.

Manifiesto pesimista

Mi desgano matutino.

sábado, 24 de noviembre de 2007

FRANCISCO PARRA

Acta nro. 1

Suma: A 10 de Noviembre de 2007, en la ciudad de Concepción y como secretario del taller literario al que pertenezco, cumplo con remitir al director el acta de nuestro último encuentro.

  1. La asistencia fue casi perfecta. Sólo faltó Camila. Angie, Roberto, Carolina, Fernanda, Camila (otra Camila), Ricardo, Carla y quien suscribe este documento formábamos el grupo encabezado por César (en adelante El director).
  2. Sentados en el orden enunciado y formando un círculo, el director procedió a dar inicio a la sesión hablando de los comentarios formulados en nuestro espacio virtual a los trabajos de cada uno de los integrantes, refiriéndose específicamente a las réplicas de esas críticas. Miraba de reojos a Carolina. Después la miraba directamente, sólo a ella, y hablaba como sermoneándola. Ya eran las 11.15 am.
  3. Luego la tensión se centró en la incapacidad de los talleristas para aceptar esas críticas, y más aún, su ineptitud para entenderla, su severo problema hermenéutico. En ese momento los ojos del director se abrían cada vez más, con urgencia, y su lengua se retorcía con el ácido de su saliva para evitar decir todas las cosas que venían a su cabeza, o, más bien, para saber decir de un modo no tan descarnado toda aquella furia que se apoderaba de su mente.
  4. De lo incómodo de la seudo-discusión pasamos rápidamente a las risas, a las conclusiones y al café
  5. Durante el break hablamos cosas interesantísimas, las más interesantes desde que vengo al taller. Pero no puedo hacer más comentarios a este respecto porque esas conversaciones se encuentran técnicamente fuera del horario de taller, son privadas, inviolable derecho que he aprendido a respetar.
  6. El segundo bloque fue sorpresivo. Tres mujeres del taller de adultos vinieron a compartir su experiencia literaria con nosotros. Doña Maria, la crítica Malutae y la poetisa Mariza se sentaron intercaladamente en el círculo. Eran las 12.22 pm.
  7. El director, como de costumbre, ofreció la palabra al grupo. El guante lo recogió Malutae, que comenzó con un improvisado discursillo que podría resumirse en dulces palabras de aliento y gratitud de poder compartir con jóvenes amantes de la literatura. Luego doña María contó brevemente y con la ternura que la caracteriza su vasta experiencia en talleres literarios. La más joven de las tres, Mariza la poetisa, dijo en palabras distintas más o menos lo mismo que las dos oradoras, pero con mayor precisión y agudeza
  8. El director volvió a ofrecer la palabra, y yo con esa innata patudez heredada, pregunté a doña Malutae su opinión respecto a nuestros trabajos. Se acordó de mis microcuentos y me dijo que para empezar estaban bien, pero que les faltaba harto trabajo. ¿trabajo?, ¿qué sabe ella del trabajo arduo tras esas diminutas obras? ¿Cómo puede decir tan sueltamente que les falta trabajo? Por último, que me diga que no le gustaron, que es mala su técnica, pero eso del trabajo me pareció vago, inaceptable, casi absurdo. Mientras pensaba todo lo anterior miraba a doña Malutae con atención y le enrostraba mi madurez a su crítica con una sonrisa fingida.
  9. Luego se comentó el trabajo de Roberto. Las opiniones de las visitantes fueron unánimes. Era tierno, pero simplón. No simple, Simplón. Esa palabrita fue la que hizo que los ojos del autor ardieran, pero diplomáticamente sacó a relucir todos sus méritos como estudiante de español, hablando de dos mil doscientos veintitrés autores -que yo no conocía- y se excusó en que el cuento criticado era el primero que escribía. A su lado Carolina, su partner, apañaba los dichos de su amigo.
  10. Así prosiguió la tertulia cada vez menos amena, trabajo por trabajo. Primero lo bueno, después lo malo, lo nefasto, toda la mierda correspondiente. De inmediato seguía la excusa del autor, defensas corporativas y pequeños debates respecto a si estaba bien o mal dirigida la crítica.
  11. El ambiente caldeado tuvo su respiro gracias a la pregunta que Angie hizo a las visitantes acerca de cual era, según ellas, la receta para lograr un trabajo original. Otra vez se iniciaba un nuevo debate.
  12. Dentro de las opiniones vertidas respecto al como y qué escribir pude percibir dos tendencias notoriamente opuestas. El grupo de los “sensibles” (doña María, Roberto y Fernanda) y el grupo de los “no sensibles” (Ricardo, a veces la Camila y yo). Las dos visitantes no adherían claramente a ningún manifiesto. Las otras talleristas oscilaban entre una y otra postura.
  13. La clasificación que humildemente hago en el párrafo precedente recobra importancia en los hechos que van a exponerse; Doña María, tratando de unir los dos temas más importantes de la tertulia, dijo que lo difícil de una crítica es que ésta ataca indirectamente los sentimientos. Sí, porque esa señora no escribía con la mano, lo hacía, según sus propias palabras, con el estómago. Luego Ricardo y su insolencia propugnaron la doctrina de los “no sensibles” en términos como - “El trabajo que uno hace sólo es eso. Las emociones se abstraen. Si las críticas son negativas, no afectan mis sentimientos. Afectan mi ego” -
  14. Luego de que yo alzara mi voz en apoyo a Ricardo volvimos a lo de los trabajos de cada tallerista. Faltaba por analizarse sólo el de Fernanda y el de Carla.
  15. Respecto al trabajo de Fernanda, el comentario general fue que le sobraban adjetivos y el exceso de líneas gratuitas. Entonces pensé y luego pregunté de un modo sutil, para sellar el triunfo de los “no sensibles”, si acaso los sentimientos de Fernanda eran excesivamente adjetivisados y gratuitos. Lo dije y sentí de inmediato que no lo supe decir. No entendió mis palabras en el sentido que yo las pretendía encaminar y sin asco comenzó a ningunear mis escritos, todos mis escritos, con un lenguaje virulento que parecía excitar al director.
  16. El director trató, aunque por dentro gozaba, de moderar el altercado con un comentario que, lejos de conseguir su objetivo, calentó más el ya tenso ambiente -“Estas opiniones son muy válidas, porque atacan la obra, no al autor”-
  17. La risita de Fernanda, casi tan falsa como la mía, daba término al improvisado debate.
  18. A mi lado Carla. La típicamente tímida Carla. Noté que mordía sus uñas, o los cueritos de sus dedos, mientras Mariza la poetisa, sentada a su derecha, decía que el trabajo “otra cama” le parecía demagogia literaria.
  19. Saltó Angie (físicamente saltó). Dijo que la crítica era infundada. Roberto y la Carola dijeron más o menos lo mismo, casi al mismo tiempo. Fue difícil oír bien.
  20. Mariza la poetisa parecía descontrolada. No. Su boca parecía descontrolada, harta de tanto niñito incriticable, y siguió haciendo mierda el trabajo de Carla. Por cierto que la poetisa ignoraba que la muchacha de su izquierda era Carla, hasta que la oyó decirle - ¡Qué te creís weona! ¡Acaso encuentras algo bueno en los trabajos que hacemos!
  21. Un incómodo silencio de no más de cinco segundos se apoderó de la sala, que se rompió por el mechoneo que la ya no tímida Carla le propinaba a Mariza la poetisa.
  22. Todos nos paramos de las sillas, pero el único que hizo algo por detener la pelea fui yo (porque estaba a su lado). ¡Craso error! Nunca hay que subestimar a una mujer. Menos si es más alta que uno. Menos si está encolerizada. Con una sola mano me empujó tan fuerte que caí como un saco de papas al suelo.
  23. Cuando abrí los ojos pude ver que la trifulca ya era de proporciones. Aproveché para desquitarme de los comentarios de Fernanda y le arrojé certeramente un pedazo de queque en su ojo derecho. Luego sentí como nunca antes un combo que casi desencajó mi mandíbula. Era Roberto gritándome -¡insensible de mierda!-
  24. Volví a abrir los ojos. Puedo recordar de ese vertiginoso momento que Angie, zapato en mano, le daba taconazos a la cabeza del director, quien por entonces, fácticamente, había perdido su condición de tal. También pude ver que un poco más atrás doña María y la ácida Malutae descargaban carterazos y puntapiés contra un rendido Ricardo.
  25. Después de pocos segundos tratando de girar mi cabeza lo conseguí y me encontré con la escena más macabramente chistosa de todas: Roberto mechoneaba a Camila tratando de sacarla de encima de su amiga Carola, quien, no obstante su indefensión, procuraba desde el suelo agredir a su rival con la única arma disponible; Los escupos.
  26. Apenas me incorporé, todavía aturdido, babeado y sangrando un poco, decidí desquitar mi rabia con el único que estaba en peores condiciones que yo, el César, valiéndome de su torpeza para recuperar la postura. Agarré una silla y se la zampé en la espalda gritando la consigna que decía -¡Critícame ahora weón!
  27. Las cosas podían ser peores. Inexplicablemente sentí que me tocaban la espalda. Giré. Con tres ganchos y un derecho me embistió la ex tímida, ahora hábil púgil. Caí al suelo otra vez. Antes de turbarme por completo pude ver como Angie y Fernanda se cacheteaban con reciprocidad, coordinadas musicalmente; una bofetada por cada blanca con punto que medía mi diapasón natural.
  28. Mi toma de conciencia tardó un tiempo que ahora me es imposible determinar con precisión. Sólo noté que el salón parecía un dispensario de guerra, que el maquillaje de Angie estaba todo corrido (salvo por el colorete de su cachete izquierdo) y que una sola de sus uñas sobrevivió a la batalla. La polera de Roberto estaba entre rota y escupida, casualmente, por Carolina, quien parecía perrito dálmata con tantos machucones en su cara (el del ojo era memorable). Doy cuenta además del cigarrillo que doña María fumaba con histeria y que hacía lucir sus labios aún más hinchados, de la torta en el pelo de Fernanda y de los rasguños en su pómulo izquierdo. Doña Malutae era la más ilesa. Un pequeño moretón casi imperceptible comenzaba a asomar desde su pera. La pobre Camila trataba de ahogar el llanto, mientras colgaban varios mocos de su nariz rota. Ricardo estaba de guata al suelo, así que no pude constatar sus lesiones. A Mariza la poetisa le faltaban varios mechones de pelo y un diente. Reía nerviosa mientras me miraba. Los nudillos hinchados y el sweater ensangrentado fueron la facha más rara que he visto en la nuevamente tímida Carla. Yo no se como estaba, pero apenas podía hablar y los pómulos me dolían de la puta madre.
  29. El reestablecido director, mientras arrojaba chorros de sangre al suelo y trataba inútilmente de arreglar sus lentes rotos, dijo que nos veríamos el sábado entrante y que ojalá que en esta sesión hallamos aprendido a aceptar las críticas de nuestros pares. Era ya la 1.25 pm.

Archívese, comuníquese

Francisco Parra N.

Secretario de actas

Taller escritores jóvenes

lunes, 19 de noviembre de 2007

FRANCISCO PARRA

El deudor

Yo le debía dos millones al viejo Lituma. El prestaba plata al 10 por ciento. Por supuesto que era ilegal. Pero yo consiente de aquello igual fui su último cliente. El último porque el viejo Lituma murió hace dos meses. Era sólo. No tenía hijos, ni mujer, ni ascendencia. Dicen que para dedicarse con éxito a ese tipo de negocios había que ser sólo, ya que con el tipo de gente que se trata en ese ambiente se pone en riesgo la integridad de los parientes. De hecho al viejo le mataron dos perros en venganza.

Tocaron mi puerta por primera vez en años hace dos días. El hombre que me buscaba no vio el timbre. Me dijo que era el brazo derecho del viejo Lituma, su primo y además el sucesor de todos sus bienes. Me dio una semana como plazo para pagar la deuda y de paso aprovechó de amenazarme con la muerte de mi mujer, de mis hijos, con quemar la casa, el auto y todo lo que tengo, uno por cada día de mora.

Pensé en pedir ayuda a mi abuelo, porque a mi padre nunca lo conocí y mi madre era pobre. Además el abuelo siempre tenía una respuesta para todo. Si te dolían los oídos debían meterte un cucurucho de papel de diario en la oreja respectiva y prender fuego en la contrapunta. Si un hijo salía medio maricón había que patearlo hasta que se le pasara. La resaca después de una borrachera se quitaba con un corto del mismo licor causante del malestar “hay que mejorarse con lo mismo” solía decir. Pero el abuelo no era una opción. Ya había muerto.

Fui donde un amigo abogado y me dijo que podía denunciar al sujeto por los delitos de amenaza y usura. Incluso hasta asociación ilícita. Terminó su discurso charlatán aconsejándome reflexionar acerca de las represalias que podría ocasionar una posible demanda, agregando que el tenía demasiado trabajo para tomar mi caso.

Así pasaban rápidamente los días y la solución no llegaba. No podía pedir créditos bancarios, ya que todavía estaba pagando el auto. La casa era arrendada. Me olvidé de una posible hipoteca.

Lo más lógico era robar un negocio. Quizás el de la esquina. Pero con suerte recaudaría una décima parte de la deuda que necesitaba cubrir y robar diez negocios era arriesgado. Muy arriesgado.

Vi en la tele un reportaje de hombres prostitutos que ganaban mucho dinero. La idea duró hasta que me mire en el espejo.

Era fines de Noviembre. Mi mente criminal para algunos, enajenada para otros y meramente instrumental para mí, me llevó a concluir que lo más óptimo era robar un banco, aprovechando que era época de teletón y que la gente repletaba de dinero cada sucursal. Además podía hacerlo de noche. A las tres de la mañana fui al local del centro, pistola en un bolsillo y en el otro un pasamontañas. Me fumé tres cigarros antes de decidirme definitivamente a atracar el establecimiento. Caminé hacia la entrada y un foco hipnotizante me embistió. De la nada apareció un hombre de voz radiofónica y me puso un micrófono para que saludara a mi familia y diera algún mensaje que motivara a los papás a ir al banco. Pensé en que estaba completamente cagado, en que el hombre que me entrevistaba era un machista de mierda y en que no se me fuera a notar el arma de mi bolsillo. Las cámaras me acompañaron hasta una caja a depositar mis últimas dos lucas. Me fui a casa con globos, escarapelas y sin un peso.

El día llegó. Iba a enfrentarme al usurero. El o yo y mi pistola. Las consecuencias no importaban. Tocaron la puerta. Era el hombre vestido con traje de gángster. Antes de que dijera nada le disparé. Cayó al suelo y un librito se desprendió de su mano derecha y me dijo “Esta es mi redención hermano. Aleluya al señor Jesucristo. Perdone por todo hermano. ¡Aleluya, aleluya, aleluya!

Fin

sábado, 17 de noviembre de 2007

Escrito por:Francis Jiménez, Estudiante de periodismo, UDEC.

TALLER LITERARIO EN LA FUNDACIÓN TRABAJO PARA UN HERMANO

En busca de la literatura perdida


La Fundación Trabajo Para Un Hermano, cumple labores que trascienden los límites de posibilidades como la capacitación, la venta de productos en la comercializadora, y abrir las puertas a miembros de un mundo mas marginado y alternativo. Efectivamente, esta Organización No Gubernamental se extiende en un mar de posibilidades capaces de acoger los talentos en diversos ámbitos.

Las letras, como reflejo de los sentimientos ocultos de los hombres, también son bienvenidas. Existen dos talleres que se enfocan en la producción e interpretación de escritos, bajo la supervisión de Cesar Adolfo Valdebenito poeta, escritor y ensayista. Uno dedicado a los jóvenes que se destacaron sobre el resto con sus obras, al decidir poner a prueba su lucidez, en el concurso literario convocado por la institución en agosto del presente, su día de encuentro es el sábado. El otro que existe desde el 2004,y se reúne los martes. .

Este último cuenta con número reducido de participantes. Analizan los ritmos y melodías de las obras de sus compañeros, fomentan la utilización del diccionario, reconocen las cacofonías en los relatos, aconsejan al autor, basándose en la percepción colectiva. “Se cometen errores de forma, de fondo, cuando están buscando un estilo o una manera de expresarse, equivocaciones que es necesario corregir”, comenta el maestro.

Estos espacios no son habituales, en el resto del país instancias como la descrita parecen una utopía. No se dan distinciones ni tratos diferentes por motivo de la edad u ocupación, pues todos pueden estar a un mismo nivel en posición de reconocer nuevos contenidos destinados para cada sesión,

El humor, las anécdotas, las ironías se sitúan como elementos esenciales de desenvolvimiento entre los presentes. Se manifiestan en la atmósfera aires de hermandad, comprensión, empatía y complejidad, con entusiasta disposición frente a los nuevos conocimientos. No sólo es necesario saber palpar el significado del texto, sino además identificar la correcta utilización de formas, técnicas e ideas correctamente hiladas. El acertijo consiste de dilucidar lo que el poeta pretende confesar al mundo.

Gracias a las posibilidades, los individuos desarrollan y pulen sus habilidades de comunicación social, respecto a sus sentimientos ocultos en lo más profundo de su ser. Aprender a pronunciar lo que se piensa en la sociedad, no es un camino fácil. El guía de la instancia, Valdebenito, se convierte en el mediador de los potenciales artistas con sus emociones e inconscientes. El crecimiento personal es notable.

Los gritos de la comunidad de mortales claman por oportunidades semejantes. Quizás sea la solución antes la falta de lectura en los chilenos. Sentir un libro como una herramienta y aliado de tertulias e insomnio, en lugar de encasillarse en pasatiempos que poco ayudan a su superación y valentía. Comprender el universo sumergido en la mirada de otro individuo que en algún momento pasó por los mismos problemas y cuestionamientos, puede orientar en la creación del slogan de la batalla con la propia vida y los obstáculos, que surgen como malezas entre las hermosas flores de primavera.
ver sus creaciones en http://tallerliterarioedenylujuria2007.blogspot.com/ y http://www.tallerescritoresjovenes.blogspot.com/


Publicada el jueves, 15 de noviembre de 2007

lunes, 12 de noviembre de 2007

Antonieta Adams

Traición

Las mismas viejas imágenes una y otra vez. Las pupilas se ahogaban en recuerdos que comenzaron por ser dolorosos.

Cuando las borrosas visiones solían parecer utopías robadas a un soñador paranoico, permitieron que la soledad hiciera su entrada triunfal al corazón. Cruel -como siempre. Fría -como sólo ella sabe.

La soledad -que acompaña sólo a quienes la llaman- se apiadó de él, e intentó hacerle entender que la muerte no da pie atrás por no ver llanto, sufrimiento, o por no verlo tragar saliva amarga cada mañana, sabor a vaciedad.

(Silencio…)

Y apareció el odio bajo la piel dibujando venas a punto de estallar, anhelante de olvido, llenas de preguntas.

(Y de culpa).

Y apareció escondido en los suspiros el eco de las noches con la hermosa doncella…

(Y la nostalgia).

-.-

Las mismas viejas imágenes una y otra vez. Las pupilas se ahogaban en recuerdos que ahora, desgastados y desteñidos, se limitaban a espolvorear rencor.

Volvieron los recuerdos de la crueldad escondida en la inocencia acariciando el dolor y del amor primeramente idealizado, obsesivo; luego manchado, sucio, deshonesto.

Volvió el miedo, la vergüenza, la sensación de estupidez; y en la lengua, sus sonidos amenazadores… No quería esas emociones para siempre.

Reemplazó un sentimiento por otro.

(Satisfacción).

Los besos, a medida que pasaba el tiempo, tenían sabor a cicatrices que estaban infectadas con amor. Después las moscas, después la nada.

Mientras se esfuma la imagen de la doncella que se desvanecía entre vaporosas caricias y un suspiro, el rencor se volvía doloroso y desaparecía en la oscuridad.

(Silencio...)

El odio se tranquilizaba.

La soledad no se había ido, rondaba cerca…

(La culpa –algunas veces- es un mal necesario).